viernes, 9 de abril de 2010
Capítulo 36: Un final?
Un leve ventarrón aletargaba el sofocante calor de los días previos, sentado a la sombra del monumento al General Arenales apenas podía buscar argumentaciones lógicas que explicaran el objetivo de lo que en instantes iba a producirse. Curiosidad, simple curiosidad, fue lo único que más o menos podía explicarlo.
Lentamente apareció por detrás de la Catedral, llevaba un vestido negro suelto y un sacón imitación de cuero que apretaba nerviosamente contra sí misma. No sabía a ciencia cierta porque la reconocí, estaba distinta al recuerdo insistente en mi cabeza. Ni desmejorada, ni mejorada, simplemente distinta. Algo más avejentaba, a la distancia creí percibir alguna que otra cana entre el castaño muy oscuro de su cabello, pero también con un aplomo diferente, como si se hubiese entregado con fruición a los ejercicios físicos, algo más estilizada aunque sus carnes sugiriesen una mayor firmeza que en nuestra juventud... No, no sé porque la reconocí, quizás el andar incómodo de sus pies enfundados negros zapatos con taco... “Ufff... ¿Qué piel la mía? Todos los zapatos me lastiman...”, rescaté de un viejo baúl negado durante quince años.
Caminó directamente hacia mí, al fin y al cabo, me mantengo casi idéntico exceptuando las arrugas y color cano sobre mi cabeza. Pero, sin dudas, cualquier fantasma pasado es capaz de reconocerme con cierta facilidad. Caminaba directamente hacia mí, aunque de inmediato noté una cierta duda, siempre dudaba, aunque estuviese totalmente segura de que el cielo era azul dudaba mucho antes de afirmarlo. Con cada paso de acercamiento, más nerviosos se hacían sus giros de cabeza buscando a otro más igual a mí mismo, a sólo dos metros se detuvo y tornó los giros aún más nerviosos...
“Hola, tanto tiempo... Cómo verás, sigo vivo, o, al menos, algo parecido”, dije para apartarla de sus dubitaciones, sentí de inmediato su incomodidad de recordar mis vanas e incumplidas promesas suicidas. Sonreí mientras tiraba mis brazos hacia atrás, conocía muy bien ese gesto que revelaba mi eterna incorregibilidad, lentamente el rictus facial de su preocupación comenzó a dejar lugar a una risa que recordaba ansiosamente, esa risa de dientes ensortijados que era capaz de anular toda la miseria de un mundo miserable...
- Sí, cómo verás, ese fue otro de mis fracasos... Cómo siempre me decías, podría ser cualquier cosa que me proponga pero termino por no ser nada... – dije mientras sus ojos eran tomados por una nostalgia inconfundible – Bueno, bueno, para qué vamos a hablar de mí, no soy mucho más que un absoluto fracaso. ¿Cómo te ha ido a vos? ¿Seguís soñando con ser directora de cine? ¿Cómo te ha ido a vos?
- ¿A mí...? – preguntó con la mirada puestas en mis pies aproximándose
- Sí, a vos – le dije mientras mi palma derecha empujaba su barbilla hacia arriba – Hace demasiado que te perdí pisada
- Nada... De mí, nada, a decir verdad, me extraña que te intereses por verme – dejó caer de sus labios con la misma triste formalidad de la cual se revestía cada vez que intentaba acusarme en una de nuestras peleas...
Reí, reí lo más que pude, y sólo puede susurrar “tanto tiempo” entre dientes... Pasaba mi primera novela, Clara, mi bien suegro, el contrato que me unía a Restrepo, admiradas estudiantes de letras que buscan en mi esperma llevarse un brote de talento, presentaciones, premios comprados por Alejandro, Henao y su prosa impotente, las jeringas entrando en la pantorrilla de Mariano, el acabado original de “La perversión y la leche” arrumbado entre la ropa desparramada en mi habitación... Saboreé, todo como si fuese la última comida de un condenado, lo saboreé y volví a saborearlo...
- Tanto tiempo... – sólo pude decir
Su boca seguía cerrada escondiendo el entrevero dental que tantas veces me había ilusionado, su vista volvía a perderse en mis pies... Extendí la mano, empujé suavemente de su barbilla hasta que sus ojos se toparon con los míos...
- Vengo para que me dirijas un película
- Hace mucho que deje de pensar en eso...
- Pero nadie más que vos puede, es sobre mi novela
- Las leí todas, siempre guardó los recortes, no salen muchos acá, pero los guardó...
- No, te equivocas, sólo tengo una novela, lo demás es letra muerta.
- ¿Cuál? – susurró
- La primera...
- “La noche”... “La noche, lo más difícil, siempre, es la noche...” – recitó casi de manera automática
- Sí... Pero, está mal, necesitó que me ayudes a reescribirla...
Lenta y temerosamente puse mi mano contra la suya y ella se aferró con la fuerza de quince años de esperar ese instante...
- ¿Sí...? ¿Y cómo empezaría...?
- No sé, quizás diciendo: “Los escritores enfrentan dos grandes problemas...”
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