sábado, 8 de agosto de 2020

La tercera. Primera parte: Una mala imitación de Bukowski

Bebes? – por Charles Bukowski - Cultura Inquieta


https://drive.google.com/file/d/11yz9aH0sw6fhjcLLlU7xrJKWHyKAoC0N/view?usp=sharing


primera parte: una mala imitación de bukowski


 

 

claroscuro

Una sonrisa que basta para desear perderlo todo en la nada de no negar, olvidar, dejar ir este instante de narcótico enamoramiento. Y se va, sólo se va con el dejo de su aroma entrando al taxi sin que digas una sencilla sucesión de palabras que arrojaría un baño de luz a tanto claroscuro extendido en los años.

“Esta amistad es lo más difícil que jamás he hecho”, exactas diez palabras, expresión de un manifiesto no dicho en esa caricia extemporánea en torno a una oreja que escapaba de su cabellera hace tanto como un milenio. “Esta amistad es lo más difícil que jamás he hecho” y devorarle los labios…

Recibir el cachetazo, el beso o la denuncia. ¿Qué importa? Lo que sea es un alivio, Marcos, ponerle un irreversible final a este eterno quizás de tu mano rozando sus cabellos, de tu cobarde estupidez y su mirada expectante de no sabés qué… Y no lo sabés por cagón, por cagón de mierda. ¿No sos tan duro, Marcos? ¿No sos tan indolente? ¿Así todo te aterra ese metro cincuenta de humanidad? Cagón, puto cagón… Farsante.

Corrés para achicar los cinco metros recorridos por el tacho, la puerta se abre y te aferrás agitado a ella al borde de escupir uno de esos pulmones renegridos por cientos y cientos de paruchos consumidos.

- ¿Pude hacer algo? – jadeas

- Pudiste… Pudiste – afirma

Una mueca, los hombros que se encogen, la puerta que se cierra y el auto que parte.

Pudiste, cagón, pudiste.


 

si un ñandú aleteara hacia el cielo

Me sigue gustando el departamento, así, deprimente con su humedad rancia y ese incómodo living comedor carente de toda luminosidad natural y tan ridículamente largo como irracionalmente estrecho, las dos puertas despintadas que dan a los dormitorios con su piso de parqué desvencijado y esa especie de barra, pasaplatos o desayunador que ejerce algo así como de separación con una cocina que es kitchnette antes de que se llamasen kitchnette. ¿El baño? Nadie describe los baños.

No descansé bien, si cupiese como intento de descanso acurrucarse un par de horas en el silloncito frente al televisor mientras revisaba notas en la notebook de Víctor, no creo que le moleste, tampoco es que le haya tocado nada o revisado el porno.

- ¿Marcos? ¿Qué hacés acá…? – dice un Víctor despeinado y visiblemente sin terminar de desperezarse.

- Se hizo tarde, no quería volver al loft…

- No vivís acá… ¿Lo sabés? ¿No?

Hago un ademán mientras apoyo la bandeja en la barra, pasaplatos, desayunador o lo que mierda sea eso a lo que alguna vez le aproximé ese par de banquetas para empinar petaca de ginebra tras petaca de ginebra con más comodidad.

- Dale, boludo, te hice el desayuno.

Se refriega los ojos, pasa y repasa las palmas grasientas de sus regordetas manos sobre el rostro algo obeso.

- Primero… Soy intolerante a la lactosa, café con leche y tostadas con manteca son un buen pasaporte al gastroenterólogo. Segundo… En serio, es incómodo, Marcos. No te podés caer así. Ten… O sea… Tengo una vida, capaz estoy con una mina y te caés… No da.

- ¿Vos con una mina? No jodás, gordo.

Es gracioso el pelotudo, tiene cada ocurrencia. Gesticula en el aire, mueve los brazos y emite alguna especie de sonido levemente similar a un mugido.

- Eh… Andá, sentate, me preparo algo y… Hablamos, ponele.

Revuelve la heladera rebuscando entre esos alimentos para enfermo que tiene, la banqueta hace juego, hay un punto específico dónde la pata más corta queda suspendida en el aire en cierto equilibrio místico pero… No lo encuentro y estoy haciendo una especie de malambo pseudo posmoderno con mi culo.

- Sentate en la otra, Marcos – dice sin sacar la cabeza de la heladera – Esa tiene juego.

- ¿Tenés tiempo?

- ¿De qué?

- Voy a la sede y después pasamos por lo del judío ese de mierda de la mueblería. Te compro un par de banquetas y listo.

- Dejá…Me gustan estas, todavía tiran y… Veré cuando cobre, ya bastante que vivo de prestado acá y me lo cobrás con “apariciones”, si encima me comprás muebles capaz que comenzás a garcharme cuando no conseguís ninguno de esos putones que te gustan.

Jajaja… Tiene cada ocurrencia.

- No seas forro, no vivís de prestado. Te lo banco y no necesito el alquiler… Que esto, lo otro, la manutención del pibe… Y el sueldo de la editorial, no da. Te la banco, cuando puedas garpar algo, firmamos un comodato y listo el pollo.

- Claro… Y no te comés el abuso. Caerte a las tres de la mañana con dos putas papeadas es de buena onda que sos.

- Pienso en vos… Dos putas. Dos.

- ¡No! Me levantaste, al otro día tenía que ir al laburo, estaba con el jogging de dormir, con tufo a tres meses que no lo lavo y… Eran dos trolas chetas que se querían garchar a “Marcos Sarría”, el señor de los best seller, el forro que escribe para el Radar o el suplemento de La Nación, a un puto con talento y buena técnica literaria que desperdicia haciendo una mala imitación de Bukowski, no al gordo, pelotudo y mal pago que se tiene que poner a corregir la chotada distópica mal parida de una concheta cordobesa que se la chupa a Restrepo.

- ¿Varilari?

- Sí, Silvina.

- No se la chupa a Restrepo, me la chupa a mí. Bien. Escribe para el orto pero la chupa de puta madre.

- Sos un forro.

Otra vez la cosa esa del movimiento de brazos, capaz sale volando de tanto aletear.

- ¿Qué mierda es eso? – exclamo ante un vaso lleno de algo amarronado levemente parecido a diárrea humana.

- Leche de avena.

- ¿Y cómo putas ordeñás a la avena? O sea…

- Se dice leche pero no es leche, dejá… Es un sustituto de la lactosa… No… Ay… ¿Por qué chotas estás acá y no con Clara? Tu esposa… Linda, buena mina, piola. ¿Por qué?

- Se me hizo tarde… Tenía que venir al club. ¿Viste que pasamos a cuartos? Me atrasé con las cuotas y… Acá estoy a dos cuadras.

- ¿Cuánto hace que no vas a tu casa?

- Dos… No… Tres… Cómo una semana. Día más, día menos.

- ¿Cómo te banca?

- ¿Qué sé yo? Ni idea… ¿Venís con Tolima, no?

- Soy de Central, Marcos.

- Dale, no me dejés a gamba, es ver fútbol.

- Precisamente… Aplauden a Tuzzio.

- Sí, eso es complicado… Capaz que Tolima juega bien y, vos, sos neutral… No te digo que festejés los goles, pe…

- Veo… No sé.

- Me encontré a la orejudita... Estaba deambulando por Corrientes, entro a la librería del croata choto ese y…

- ¿Quién?

- La orejudita.

- ¿De qué me hablás?

- La orejudita.

Hace una mueca cómo si no supiera.

- ¿La orejudita? Ah… La piba esa. LA OREJUDITA, todo con mayúsculas. ¿Y?

- Nada… Se casa.

Otra vez esa cosa de emitir sonidos similares a un mugido y el revoleo de manos cómo si un ñandú aleteara hacia el cielo.


 

crepes sin lactosa ni harina pero de verdura

Es el enésimo trago a la petaca, ya debería recargarla. Víctor desoyó mis consejos de pedir una pizza, esa cosa de celíaco e intolerante a la lactosa parece que también tiene algo que ver con la masa. Tipo complicado.

¿A quién se le ocurre hacer el Censo un miércoles? ¿Cómo si fuese tan importante saber el número exacto de hijos de puta que habita este bendito país? Ni el portero en la sede, todos los piringundines cerrados… Ponerme a revisar estos originales no era lo que tenía planeado.

- ¿Si llamo unas putas? Putas y tacheros no tienen feriados…

- Dejate de joder, Marcos.

No es que esté mal. Buena técnica, contextualiza el relato con una descripción que lo hace casi cinematográfico, el problema de Silvina es que no cuenta absolutamente nada, ni historia ni ese nihilismo de relatar una cotidianeidad sin sentido. Nada, pura ausencia de alma.

- Al menos tiene buena técnica… No te hace laburar mucho

- Ponele… Pero prefiero tu “leve trastorno disléxico” a ese texto insufrible.

- No va a ningún lado. El del salteño está bueno, le sobra escritor para estar haciendo cuentos infantiles.

- ¿Lerma? Sí, tiene mucho entrelíneas… Para mí es puto, hay un dejo homoerótico que no es nada infantil.

- Sí, tirando a pedófilo… ¡El arte! Es un refugio de degenerados con buena prensa. ¿Qué más te pasaron?

- La última de Henao…

- ¿Ese puto? ¿Cómo aceptás corregirle a ese forro de mierda?

- No acepto, la chupamedias de la secretaria de la secretaria de Restrepo me dice: “Galíndez, corrija estos originales”. Y yo los corrijo, soy un empleado, Marcos.

- ¿Galíndez?

- Sí… ¿Qué pasa?

- Que sos Víctor Galíndez. Nunca había caído.

- ¿Y…?

- ¿Boxeo? ¿Nada? ¿No? Dejá, miro un toque la tele.

- Hace lo que se te cante las bolas, total… ¿Y qué pasó?

Cada vez más canales de mierda sin nada que te estimule a no caer en el informativo, un documental o la misma película que ya viste setecientas veces.

Si lo pienso, ví jugar al Kun con la nuestra, quizás eso sólo valga aquella borrachera de la orejudita y decantarme por los avances de la salteña que, al menos, estaba consciente. Crosa desairado y el pibe definiendo el clásico con sus chuequitas, tal vez.

- ¿Y qué pasó?

- ¿Con qué?

- Con la piba esta. La orejudita. Nunca tuviste el “detalle” de decirme su nombre…

- La ví, estuvimos tomando algo. Sigue hermosa o… No sé, hermosa.

- ¿Y…?

- Nada, tomamos algo – me encojo de hombros cómo si ya esperase la desaprobación que llegará cuando Víctor apoye ambos brazos sobre la baranda, bar, pasaplatos, desayunador o lo que sea eso que fuera.

- ¿Cuánto hace qué estás caliente con esa mina?

- Es una amiga.

- De la que escribís, no decís el nombre y cada tanto la sola evidencia de su existencia te pone en modo pelotudo depresivo.

- Buen speach: “la sola evidencia de su existencia”. Ya te lo robaré en boca de uno de esos personajes melanco que se me da por escribir.

- Encarala, no conozco mujeres que te den bola por lo agradable que sos. Es más, no sos agradable. Hacele la despedida de soltera.

- “La sola evidencia de su existencia me llena el puto culo de preguntas”. Así, queda bien sarrístico, sería la única buena línea de la mierda que estoy escribiendo.

- Cuándo no querés hablar de algo te deslizas como una babosa… En fin.

Me encojo de hombros apoltronado en el silloncito de la esquina, nada nuevo, imágenes de archivo de Cristina entre majestuosa y yegua, este calorcito anunciando el final de octubre… ¿Se murió? ¿Cómo qué se murió?

- ¡Víctor! ¡Murió Kirchner!

Ni me presta atención hundido en la heladera, casi corro hasta la cocina y grito desaforado:

- ¡Se murió Kirchner, boludo!

- ¿Qué? – apenas gira la cabeza, tan tranquilo como siempre – ¿Kirchner de Kirchner?

- Sí, Néstor, el tuerto parecido a Tristán, boludo.

- ¿Cómo qué se murió?

- ¿Muriéndose? ¿Qué sé yo…?

- ¿Y ahora?

- Ni idea… Lo velarán. ¿Me viste cara de analista político? No sé… Crepó, piantó, espichó, cagó fuego, estiró la pata… Qué sé yo cómo se la va arreglar la otra con ese nido de víboras llamado peronismo. Ni idea, Víctor.

- Qué cagada…

- Ni una moneda más, qué cagada… ¿Qué hay para morfar?

- ¿Crepes sin lactosa ni harina pero de verdura?

- ¿Justo “crepes”?

- Y…

- Ironías del destino… Ironías del destino.


 

la diáspora del ñandú pragmático

Volver al loft en San Telmo es respirar el hedor de Francisco Guglielmo. Clara se engaña, yo no, cada rincón de este coqueto lugar exuda la nauseabunda mierda de mi suegro sin que ni tan siquiera me afecte, apenas la incomodidad de mirarme frente al espejo.

“Pibe, si hacés feliz a mí hija mereces seguridades. Firmá y dejá esa zurdeada infantil” Y firmé, las acciones y la chacra en Azul, lindo par de hectáreas. ¿Seguridades? ¿Para quién? ¿De mi futuro junto a Clara o de callarme la boca de a quién le chupan la chota justo al lado? “Hola, señor diputado” “¿Qué tal, Marcos? Muy buena tu novela… Chupá, putita” Y lo gozo, lo gozo mucho. Los principios y la dignidad eran tan flojos que cedían ante un suegro que te invite de putas. Menudo pedacito de mierda, Marcos, menudo pedacito de mierda sobrevaluado.

Cien días y mil petacas de ginebra podrían transcurrir antes que vierta una idea, una línea, algo que valga la pena desde el teclado de la notebook que abro casi por reflejo. Pues a escribir mierda, hay que responder a la plata que los gallegos ponen en mi contrato, luego compenso con dos textitos nihilistas en el Radar, quizás algún desplante, más por borracho que por genialidad irreverente, y la marca Marcos Sarría sigue facturando.

Me convertí en el ñandú pragmático.

- ¿Viniste?

Es tan linda cómo aquella noche en lo de Ruggiero, cómo en el momento que todo el auditorio desapareció para fijarme en aquella muchachita de lejano origen italiano con piel tan blanca y pelo azabache que no apartaba la mirada de este imbécil pretencioso y verborrágico disertando sobre “Arte y Revolución” o demás pendejadas que se nos ocurrían cuándo fuimos ingenuos. Aún… Aún es tan completamente bella que me hace sentir bendecido.

- Estuve de Víctor, ya sabés cuándo me trabo…

Sólo explica una parte, no quizás una semana de ausencia, pero no pregunta. Ya no le interesa o lo acepta, no sé que me hace más ruin y miserable. Apenas asiente mientras se sirve café.

- ¿Querés?

- ¿Qué?

- Café, zonzo. Menos ginebra, más café.

Se sonríe, es tan hermosa su sonrisa aunque ya casi no la vea o, tal vez, no esté para verla. Ella sabía, nunca le mentí, sabía… Pero no soy menos mierda. Deja la taza sobre la ratona y se acomoda en el sillón tratando de no incomodar a este hosco ogro que recostado sobre el sofá contempla una notebook de la que no presiona ni una tecla.

- ¿Cómo va eso?

- Va… Hasta el momento mierda, pero mierda bien escrita.

- Te exigís demasiado.

El desaville… ¿Se dice desaville? ¿Es un desaville? ¿Será una bata? Lo que sea, la puta prenda roja deja escapar sus piernas largas y sus tobillos perfectos que enaltecen hasta esas chatitas simplonas que compramos una tarde en Once. Tan suave, tan dulce, aún me siento bendecido… Pero nunca quise bendiciones. ¿Cuál fue el punto de quiebre? ¿En qué preciso momento inició la diáspora de este ñandú pragmático?

- ¿Me querés?

Incluso en esa pregunta su voz es cálida, tan repleta de ternura que ni suena a reclamo

- Sí… Sos la persona más genuinamente hermosa que conozco, mi esposa, te quiero  – apenas acompaño las palabras con un movimiento de hombros, ni distraigo la mirada de esta virtual hoja en blanco.

- No me refiero a eso. ¿Me querés? ¿Me amás?

Hundo la mirada un poco más en el vacío que devuelve el procesador de textos, quisiera buscar palabras pero ni siquiera necesito encontrarlas.

- No. Quisiera amarte, pero no. Sos lo mejor de mi vida y… No amo lo bueno.

- Voy a dormir

Un beso en mi frente, ni siquiera una lágrima o un reproche, sólo un tierno beso en mi frente afiebrada por tragos y más tragos de ginebra.

- Siempre lo supe, quería saber si vos también – apenas desliza al alejarse.

No, los ñandúes no pueden ser pragmáticos, sólo son avestruces feos.


 

ya no sos mí margarita, ahora te llaman margot

Ya perdí noción de la última vez que dormí “decentemente”, apenas me voy “desmayando” de a dos o tres horas en sillones, camas ajenas o hasta el piso, podría aceptarse hace diez años pero pasados los treinta es síntoma de alguna patología psi.

Nada dice la nota de Clara. Que va a la facultad y luego al trabajo, ninguna mención a mis palabras, simplemente asumir lo que está dado cómo irreversible, ya sea su padre, ya su esposo, ya no merecerse la mierda de ninguno de nosotros. Tan dulce, tan bella… Tan ilusa.

“Deberías irte al choto, Marcos” me digo mientras compruebo que esta barra sí es un desayunador y no esa mixtura extravagante del departamento de Avellaneda. Una kitchenette coqueta, la mesa con sus cuatro sillas, el juego de living, las largas cortinas de un anaranjado algo rojizo rodeando el ventanal y la escalera que sube a un dormitorio en loft que cada vez visito menos, todo en un elegante estilo art decó con desprovistos toques minimalistas. “Ni siquiera estás en la decoración de este lugar, Marquitos, ni siquiera ahí” Sí, mi conciencia tiene razón, tan sólo debería irme, sin siquiera explicaciones, irme y evitar cagarla con una “piadosa” mentira.

El celular vuelve a sonar, ya van tres veces, me da paja meter la mano en el bolsillo para atenderlo o para apagarlo, lo que se me antoje hacer, pero tres veces marca una predisposición a la insistencia que no parece agotarse. Mejor atiendo… ¿Ruggiero? ¿Qué querrá Ruggiero? Llevo casi un año sin verlo… Desde esa recepción por la asunción de Coscia. No lo atiendo, recuerdo más irme con un putón del Evita que lo conversado con la versión funcionario de aquel zurdo zaparrastroso. No atiendo… ¿Una cuarta vez? ¿En serio, Ruggiero? Murió Néstor, debés tener quilombos más grandes que yo.

- Nene. ¿Qué pasa, chabón? … No, estoy divagando si a las tres de las tarde corresponde desayunar con ginebra o algo menos drástico… Quizás almorzar… O merendar… Sí, sí… Estoy medio en cualquiera, pibe, hagámosla corta. ¿Qué querés? … ¿Reunirnos? Sí ¿Por qué no? ¿Por qué no me voy a tomar algo con vos? No hay drama, cuándo quieras…. Pe… Ustedes deben estar recontra enquilombados, ni hoy, ni mañana. ¿El lunes? … Sí, nos juntamos a la mañana, me despierto, si me tengo que despertar me despierto, además el lunes tengo que ir a la editorial, así que… Dale… ¿Ahí? ¿Avenida de Mayo, papá? Ya no sos mí Margarita, ahora te llaman Margot... Sí, sí, a las diez… Dale, abrazo.

¿Qué mierda querrá este trucho? Mejor sería que me llame la turca, hace banda que no visito ese culito comevergas… Puntos de quiebre, pequeños puntos de inflexión, si esa noche me la dejaba chupar por la turca quizás Clara sería feliz, esas ínfimas decisiones entre hacer y no hacer que separan al mero imbécil de este hijo de puta. Disrupciones.


 

berrotaeña y asociados

La vida es una suma de intrascendencias. Imperceptibles menudencias que son nuestros significantes. “Nada memorable, en tu caso es así. No jugaba sólo a dios, no esperaba recordar. La memoria más sangrienta es el presente, es lo que hay”, cantaba Coleman al frente de los Los 7 Delfines. Es lo que hay, ni más ni menos. ¿Quedará algo memorable de mí? Pasadas las modas de consumo, habré dejado alguna línea que empuje a un ser contra un teclado a escupir palabras. Nada vale el papel desde que “El juguete rabioso” hiciera trascendente la intrascendencia de Silvio Astier, no hay nada que escribir, nada que relatar, puras fantasías e ilusiones, estériles lamentos impotentes de pretenciosos aficionados.

Sí, es un buen párrafo, saquemos la autorreferencia explícita, veamos: “La vida es una suma de intrascendencias. Imperceptibles menudencias que son nuestros significantes. ‘Nada memorable, en tu caso es así. No jugaba sólo a dios, no esperaba recordar. La memoria más sangrienta es el presente, es lo que hay’, cantaba Coleman al frente de los Los 7 Delfines. Es lo que hay, ni más ni menos. Ni una línea vale el papel desde que ‘El juguete rabioso’ hiciera trascendente la intrascendencia de Silvio Astier, no hay nada que escribir, nada que relatar, puras fantasías e ilusiones, estériles lamentos impotentes de pretenciosos aficionados”. Sí, está bien, en el segundo párrafo debería ingresar el protagonista. ¿Quién es el protagonista? Hmmm… Un ser gris, sin aspiraciones, quizás el sereno de dónde existió una fábrica en el Docke, un terreno que espera a algún “emprendedor inmobiliario”, este tipo pasa las noches evitando que se le metan okupas hasta… ¿Hasta? Sí, hasta que aparece el “emprendedor inmobiliario” y comprende que eso significa convertirse en un desocupado, que toda en su vida depende de las rondas nocturnas en torno a una fábrica vacía y para seguir existiendo necesita que la fábrica inútil siga allí. ¿Entonces? Entonces, se alía con un grupo de marginales, delicuenciales, absurdos, que  invaden ese espacio… Sí. ¿Cómo se llama este tipo? Un nombre intrascendente, sin pretensiones.

“Gorosito da la última ronda de su vigilancia nocturna en los terrenos de la ex ITBA, Industrias Textiles Berrotaeña y Asociados. Murió Berrotaeña, nadie supo de los asociados, los deudos poco interés tuvieron en los obreros, ni en Berrotaeña, enamorándose de un príncipe azul travestido en emprendedor inmobiliario que erija torres de Babel para enriquecerse. Pero el sur es el sur y el Docke es aún más sur, todo se demora. Gorosito sólo piensa en los quince de su Mechi”

Excelente, tengo dos párrafos, obviamente Gorosito termina arruinado, quizás fusilado en un desalojo ilegal perpetrado por “inversores colombianos”, pero en el transcurso se vuelve un antihéroe proletario de esta posmodernidad. Es sólo rellenar de fraseología inútil esos dos puntos. Los gallegos tendrán una novela nueva y Marcos Sarría mantendrá su aura de escritor maldito y antisistema mientras disfruta de las putas y vicios que le regala el sistema. Una mierda… Pero hay que vivir, como Gorosito pensando en los quince de su Mechi.

¿Y en qué debería pensar yo? Veamos… Agenda…  Cierto, la recepción en la embajada peruana. ¿Se hará? Con esto que se murió el tuerto, andá a saber… Veamos el celular… Nada de Alejandro, pero no sé si el cheto ese de mierda cae que hay duelo y esa chota, mejor lo llamo y que averigüe, por lo pronto me voy a comprar fiambre o algo, pintó el bando y no tengo ganas de cocinar, además, ya falta ginebra.

Qué ambiente de mierda, ahora son todos kirchneristas, hace dos años eran el campo y ahora son pingüinos de la primera hora, morirte es lo mejor que podés hacer, te da una patina de bondad momentánea hasta que pasa el duelo y entran a putearte de nuevo.

- ¿Vio, Marcos? Un hombre tan joven

Tenía sesenta, señora gorda de la granjita de enfrente, no hablamos de un chabón en la flor de la edad.

- No somos nada… Usted que escribe tan lindo, tendría que escribir algo, como Manzi a Evita, una mujer tan buena.

Por un momento dudo si es o no es la misma vieja gorila de siempre y hasta dudo si Manzi le hizo un poema o no le hizo un poema a Eva en su muerte. Qué yo recuerde, los “Versos de un payador…” es cuándo estaba viva.

- No escribo poemas… Ni odas… Cien de mortadela y cien de queso… Cuatro felipes… O varillas, lo que tenga. Y una ginebra, Llave.

- ¿Mortadela? Un señor de su nivel…

Ahí está, sí, es la misma vieja gorila de siempre. Me gusta la mortadela, gorda de mierda.

- Sí, mortadela. Cien de mortadela… Y de la económica.

Se lo digo casi con el mismo tono que en las asambleas usaba para vociferar: “Soy peronista del General Juan Domingo Perón, de María Eva Duarte, Evita, de John William Cooke y de nuestros mártires caídos en la lucha por la Patria Socialista”. Pago, me despido, le escucho algunas lamentaciones del tipo “qué será de nosotros sin Kirchner” con el subtítulo de “en manos de esa yegua bruja que seguramente lo mató porque se curte a Boudou”, suena el celular, es Alejandro, caca, seguro se suspende lo de los peruanos, mejor… Después lo llamo.

Nada de esto importa a los japoneses y sus cámaras digitales que retratan las torneadas piernas de Ailén repitiendo por enésima vez los mismos tres pasos básicos de tango en una esquina de la plaza. Apuro un trago de ginebra, Fabricio me saluda mientras él pasa la gorra y la morocha pone algo del Polaco para descansar las piernas.

- ¿Qué contás, Marcos?

Me encojo de hombros y suelto un bufido, noto que utilizo esa sucesión gestual como una suerte de frase, no sé cuál, pero una frase.

- ¿Darle a la ginebra en ayunas? Nada bueno, pibe.

Una sonrisa sin llegar a carcajada.

- Menos hoy… No me lo puedo creer. Día de mierda

Veintipocos… No contaron muertos en la Plaza, el tuerto es lo que conocían. Ailén se acerca en una enlongación de espalda que sólo hace más evidente la perfección de sus tetas justas, exactas para tu palma.

- ¿Break? – asienten – ¿Morfaron? Los invito, compramos algo, descansan las piernas y me ayudan a pasar la resaca.

- Dale – dice la piba con la sonrisa inmensa de sus labios morenos

Al final, todos somos los herederos de Berrotaeña y Asociados, fingimos llorar el muerto disimulando que aves de rapiña esperan “emprendedores colombianos”. Soretes.


 

you're sixteen, you’re beautiful and you’re mine

Fabricio no tardó en irse, Ailén, o al menos su cuerpo, quedó el tiempo más que suficiente como para estar desnuda en mi cama, la contemplo mientras frenéticamente convierto ideas en impulsos eléctricos tornándose palabras legibles en la pantalla de la notebook.

- ¿Inspirado? – dice estirando ese casi metro setenta de pantera criolla.

- Sólo un artesano compulsivo… Puro oficio, la inspiración es más…

- ¿Mística?

- Sí, exactamente eso.

Doy guardar y aparto la notebook para volver a la cama, recorro su espalda con mi lengua y comienzo a deslizar la diestra en búsqueda del pubis caliente y húmedo que masturbo mientras tomo su cuello con la zurda. La cojo con firmeza, quizás sea lo único que realmente haga bien, ser un mierda dador de buenos polvos… Debería hacerlo una profesión. Ni siquiera sé si lo disfruto, si siento algo, es cómo si hubiese aprendido a vivir como placentera esta ausencia al goce ajeno. Ya está, acabó y comienzo a aburrirme, mejor eyaculo, beso su hombro y puedo volver a mí letanía.

Ella abre el juego de miradas y medias sonrisas que deberían suceder al sexo, lo siento ajeno, apenas lo disimulo con una caricia o un abrazo. ¿Alguna vez lo sentí? No recuerdo, si fue así, no lo recuerdo entre pensar orejuditas, olvidar salteñas y verter esperma en cualquier orificio que jamás rememoraré. ¿Clara? No sé, con Clara es otra cosa. Prendo un parucho. le extiendo otro.

- Te gusta jugar fuerte.

- ¿Por?

Se ríe.

- Por todo…

Logra arrancarme una sonrisa.

- ¿Tu mujer?

- ¿Tu? No es mi propiedad – el lenguaje no siempre es preciso – Prefiero decirle Clara. Tarda un par de horas, todavía no llega de laburar.

- ¿Y…?

- “Y”, nada, morocha. Nos sabemos… Dejá, no quiero hablar de eso.

- Sí, mejor no hablar… Es un día de mierda.

No tanto… Se pegó unos lindos polvos, dólares de los ponjas… Quizás más, si arrancó un oriental para el telo, no le fue tan mal.

- Gracias por lo que me toca.

Una risa.

- No, por Néstor.

Rebufo y encojo hombros, decididamente es un forma de comunicarme.

- ¿Qué sé yo? No es que murió Perón.

- ¿Cómo? – cambia tanto la voz como la actitud corporal – ¿Con todo lo que hizo?

Otra vez, bufar y encoger hombros.

- Sos piba, para los que militamos antes, siempre fue agridulce… ¿Cuánto tenés?

- Diecisiete

Abro los ojos.

- ¿Cuánto?

- Diecisiete

- Cómo que de pronto me siento un poco pedófilo… Bueno… Un bastante pedófilo.

Otra risa.

- No te importó mucho.

- No… Pe… Yo creí veintiuno, veintidós… Ya era… Pe… ¿Diecisiete? Bue… No te ofrecí drogas ni guita, no es delito.

- Me invitaste a comer y convidaste alcohol, cuenta como estímulo económico.

- ¿Me vas a denunciar?

- Ni en pedo.

Y desciende sus labios por mi pecho hasta engullir la chota por completo.


 

no es de hombre aflojar

Despido a Ailén, el roce de entrepiernas me hace olvidar que zafo de la gayola por año y medio. No me gustan las pendejas, me gusta esta pendeja, su concha insaciable, sus infinitas piernas torneadas, ese culito justo y firme como de maniquí que tomo mientras la apretujo contra el antiguo portalón de hierro.

Un taxi frena, Clara desciende sin inmutarse, al pasar besa mi mejilla.

- Voy arriba – dice

Ailén se incomoda, dibujo una media sonrisa socarrona.

- Te dije… Nos sabemos

Podría invitarla a subir pero hasta en los polvos soy egoísta. Hago un ademán, el taxi espera, le meto un vento en el bosillo de la mochila, trata de negarse.

- Dejá… Es por caballerosidad. Nos vemos – digo mientras paso su mano una última vez por sobre la verga tan tiesa como temprano – Nos vemos.

Guiño un ojo, media sonrisa socarrona y giro para subir los dos pisos por escalera. Entro, voy arriba, tomo la notebook, un bolso, lanzo sin cuidado un par de mudas y bajo mientras prendo un parucho para matizar el buen trago de ginebra.

Clara se estira en el sofá.

- Me voy de Víctor.

Maldita sucesión de silencios, hombros encogidos y rebufos con medias sonrisas socarronas, a veces, tan sólo a veces necesito un grito, un escándalo… Quizás un llanto.

Pero, no.

- Marcos – susurra cuando traspongo la puerta.

Me detengo en otra sucesión de silencios, hombros encogidos y rebufos para dar media sonrisa socarrona al girar.

- Alguien lo debe hacer.

Cierro y salgo a buscar un taxi hasta Avellaneda.

“Patotero, rey del bailongo, de ella siempre te acordarás”.

Sólo te falta bailar.

 


sábado, 25 de agosto de 2018

C'est la vie




No diría que me deslumbre físicamente, una mujer normal acercándose a sus 30, de buen  y generoso trasero pero también con algún exceso y pechos apenas por encima de lo inexistente. Garchable, sí, aunque de seguro no acapare excesivas miradas fuera de lo llamativo que pueden ser su metro setenta o setenta y algo montados sobre tacos de diez centímetros.

Sin embargo, no elijo putas por su impacto visual sino por menudencias… Pequeñas sutilezas que eluden total y absolutamente el interés de los puteros en su más que limitada perspicacia. Quizás podría decirse que busco “entrega”, no sé, sin dudas es algo menos palpable que la magnitud volumétrica de glúteos o senos: cierto dejo en una sonrisa, una mirada fugaz exacerbada de complicidades o casi intangibles tremores de su vientre ante la interacción de nuestra mutua desnudez. Minucias, pequeñeces, nada que pueda relatarse y quizás se agote en una mera secreción de feromonas… Menudencias. Infames menudencias que si coincidiesen con un deslumbramiento físico seguramente me dejarían indefenso ante ese mismo problema que llevo una década sin resolver. No, que sean garchables, solamente garchables, deliciosamente garchables, pero no lo suficiente para ocupar mi cabeza ni un segundo más que en el momento donde transpongo la puerta de salida.

Montada en sus interminables tacos cumple la formalidad de preguntar cómo estoy, lo que tras mi sonrisa socarrona contestó con un: “Con ganas de garcharte. ¿Para qué chotas voy a estar acá si no?” Se ríe, no sé si es pura cortesía o si ya capto las peculiaridades del humor de Pitufo Gruñón con que juego, quizás sea lo segundo, ni por asomo es el primer garche. ¿Quinto? ¿Sexto? ¿Más? No sé, rara vez llevo la cuenta y hace tiempo que perdí el gusto por la variedad. ¿Variar? Para variar y sorprenderme tengo la vida cotidiana, acá dejo varios centenares de pesos como para adquirir un producto que no sepa satisfactorio de antemano.  Mi “saludo” no deja espacio para muchos preámbulos, esto se trata de garchar y, en todo caso, después hablaremos o no, lo que dé. Pasamos a la habitación, se sienta sobre un costado de la cama para quitarse las bucaneras de tacos infinitos mientras silencia el celular, hago algo parecido… Despatarro un zapatilla para cada costado de la pieza y luego busco una de ellas para dejar los lentes en su interior tras comprobar que no hay ningún mueble o algo parecido donde dejarlos, ella se acerca y levanta mi rostro con su diestra, comento algo sobre que “ahora estamos más parejos” en alusión a su estatura sin abandonar mi sonrisa socarrona, me besa apenas termino de incorporarme. Es suave para ello, hasta con un dejo de sumisión, casi como si se dispusiese a entrar a un estado de inconciencia dónde dejarse ser puro objeto del huracán de mi impulso. Besa, la beso con más fuerza, muerdo su labio inferior, suspira, mis manos van alternando caricias con presiones sobre un cuerpo que cada vez parece más lejano de su propio control, suspira más y percibo un temblor nacido desde el mismo centro de su útero al acercar mi entrepierna a la suya, apenas atina a bajar la mano para sentir la firmeza venosa de mi pene bajo un jean que se torna cada vez más ajustado.

Desparramo mis ropas de un lado a otro, su remera aterriza en la cabecera de la cama junto al corpiño mientras la minifalda está arremangada sobre su ombligo, la tanga corrida de su eje deja fluir ansiadas humedades inundando mis dedos, el pene erecto y desnudo roza los límites exteriores de esa excitante calidez. La vuelco sobre la cama para llenar de vagina mi boca, saboreo desenfrenado la viscosidad de sus jugos y regocijo mis oídos con jadeos entrecortados que se acompasan a los temblores de su vientre, se abandona más y más, subo por su cuerpo, hinco los dientes en sus pezones e intenta un beso que doy a medias para bajar con mi lengua por su mentón, por su cuello, su pecho y volver a hundirla en su concha húmeda mientras ingreso los buscando su punto g, se retuerce y tiembla cuando degusto el sabor de su orgasmo, sus manos amenazan con convertir en jirones las sábanas de tanto retorcerlas en el jadeante goce que empapa mi barba. Vuelvo a subir, llego a su boca y me empuja contra sí, no me empuja, me aferra, mi pene rígido se apoya contra su concha húmeda, siento su clítoris erecto y caliente en la base de mi verga, se frotan entre sí intensamente mientras hunde sus uñas en mi espalda. El roce es frenético, tras un tiempo siento el esperma hirviendo presionando por brotar desde mi glande, tengo que ejercer fuerza para retirarme y eyacular lo más lejos posible de su cuerpo… Un poco cae en sus piernas, otro poco sobre mí pero la mayoría se deposita en sábanas inundadas por sus humedades.

Toma aire con esfuerzo, suspira y en una sonrisa cómplice dice: “Acabaste en mi flujo”. Guiño un ojo y mi media sonrisa socarrona precede a mis dedos apretando su clítoris erecto, comienzo a pajearla y ella nuevamente a retorcerse. Sigo excitado, es su excitación lo que alimenta la mía, mi pene continúa firme, allí, al borde de su concha inundando todo de deliciosos elixires, en su excitación empuja sus caderas más y más contra mis dedos, para que se hundan cada vez un poco y poco más, empuja y vuelve empujar, impulsa más sus generosas caderas hasta que casi la totalidad de mi mano está dentro de ella, impulsa más e impulsa más y más… Hasta… Hasta que siente mi glande en su interior. Se detiene, queda un jadeo suspendido en alguna milésima infinita de segundo, sus ojos negros se clavan en los míos, el jadeo abandona la suspensión y sus ojos vuelven a entrecerrarse… Impulsa más y más sus caderas, impulsa desesperadamente sus caderas hasta que todo mi pene desnudo está dentro de ella, ni un palmo, ni un milímetro, todo mi pene desnudo hundido en las cavernosas profundidades de esa concha tan hirviente que me quema. Me vuelco sobre ella y devoro su boca en un beso, se aferran sus uñas a mi espalda, jadea, suspira y muerde mis hombros ante cada embate de la verga desnuda hasta el más recóndito confín de su vagina, embate tras embate hasta explotar en un mar de semen que la inunda por completo.

Me incorporó, sonrió, ella sonríe, se muerde los labios mientras gira la cabeza como negando, me encojo de hombros y digo: “Cosas que pasan. C’est la vie”. Nos vestimos sin conversar nada en concreto, cualquier trivialidad que no tenga que ver con lo que haya sucedido, abono el servicio luego de la pregunta de rigor y la contestación de que lo usual por media hora, me acompaña hasta la puerta y nos despedimos con un beso en la mejilla. Sonrió, sonríe y no podemos evitar tentarnos, partiendo cada uno en su propia risa socarrona y su propia realidad antagónica.

Pequeños burlas, pequeños instantes robados al comercio.