viernes, 9 de abril de 2010

Capítulo 35: Y al tercer día

Posted on 17:02 by Jorge

Las comisarías salteñas resultaron ser bastante más confortables de lo que podría haber supuesto, sólo un par de llamados bastaron para que las dos horas de demora resultasen más que acogedoras. Alejandro se sorprendió bastante de enterarse que estaba en Salta, sin embargo, tras pedirme que junto a Mariano le ayudáramos a armar la presentación de Henao en la semana próxima y yo comunicarle que eso era medio difícil porque esta madrugada habían encontrado muerto a Mariano de una sobredosis, creo que ahí vino lo realmente sorprendente, pues su respuesta fue: “Qué macana… ¿No conocés otro que nos pegue una mano?”. Luego de mandarlo a la soberana mierda y repetirle que hiciera los llamados correspondientes para salir rápido de la comisaría, le conteste que no conocía a nadie que le interesara mucho la basura que escribe Henao, pero “siempre hay algún retardado mental a mano”. El comisario Salinas me da un último mate y el cabo Fuentes me envuelve una par de humitas mientras les dejo un autógrafo, resulto que los milicos eran amantes de la literatura, o, al menos, lo suficientemente instruidos para reconocer que todo lo que escribe ese viejo puto reprimido de Henao es una soberana cagada, le pido a Fuentes que me deje en la Plaza Nueve de Julio, tengo ganas de ver si encuentro alguna librería por la peatonal Alberdi.
El escenario en el centro salteño no es agradable, esquivo un grupo de rubios altos, oriundos de Suiza o algún lugar, sólo para encontrarme en medio de una constelación de orientales, vaya a saber de que país, provistos de un nutrido arsenal de cámaras y filmadoras digitales. Agacho la cabeza y ruego que no me reconozcan mientras rememoro las palabras de Alejandro sobre lo bien que van las ventas en Singapur, lo cual, hasta hoy, sólo me había generado cierta emoción cuando percibí el cheque por las regalías.
Voy ida y vuelta por la calle hasta resignarme a que la única librería es ese negocio que combina la literatura con la venta de “delicatessen” entre Alvarado y Urquiza, asumo que no tendré otra opción que detenerme frente a sus vidrieras a contemplar al menos diez ejemplares de “El Mensajero de la Luz”, la última basura sobreabundante de Henao.
- ¿Por qué lo tienes tan montado en un huevo?
- Porque es un puto reprimido, Mariano…
- Claro, claro… Lo de la orejudita no tiene ninguna relación…
- Mirá, Mariano, estás muerto, así que no tenés ningún derecho a andar rompiéndome las pelotas. ¿O sos el “Fantasma de las Navidades Pasadas”?
- Bueno, pué… ¿Cómo estás?
- ¿Yo? ¿Y vos?
- Muerto… No creas que es muy interesante convertirse en alimento balanceado para gusanos.
- Lo mío tampoco… Acabo de conocer una comisaría salteña por dentro, tengo un paquete de humitas bajo el brazo, se acaba de morir un amigo y le rompí la trompa al hermano de ese amigo, estoy tomando tanta ginebra que debo tener una destilería en el hígado, desde hace unas tres semanas volví a hablar solo, ahora tengo por interlocutor a un muerto y… ¿Además? Además volví a fumar.
- Y… Lo del cigarrillo es complicado…
Me sonrio tratando de seguir con la vista fija en los ejemplares de la vidriera y no darle mucha bolilla a la aparición que ha decidido venir a romper mi autolamentación.
- ¿Le avisaste a Gustavo?
- Le dije a Víctor que le avisara… Soy medio animal para dar estas noticias, Mariano. ¿Qué tal el infierno?
- Pué… ¿Tan prejuicioso resultaste?
- Y… Si cualquiera de nosotros dos termina en el cielo, confirmo lo bien que hice en mantenerme ateo… Porque, digo… ¿Cómo que Dios sería un flor de pelotudo o un flor de hijo de puta? ¿No…?
- Si tú lo dices…
- ¿Che…? Mejor pianto para el hostal, porque esto de estar hablando con un muerto en pleno centro salteño es medio como que no da… ¿No?
- Pero si estás murmurando apenas…
- Igual, igual… Es raro, vamos al hostal, te invito… ¿Podés atravesar las paredes y todo eso?
- No sé, es la primera vez que ando como aparición… Ahora pruebo.
- Dale.
Intento no atender a Mariano en las menos de tres cuadras que me separan del hostal, el recepcionista intenta a ser amable y, francamente, me rompe un tanto las pelotas, después de todo, él me resulta total y absolutamente indiferente, tener que esbozar un sonrisa esforzada y a contramano no es algo que quiera, pero su atenta actitud me obliga y, y… No me gusta que me obliguen.
- ¿Flaco, no pensaste que esa sonrisa te da una considerable cara de pelotudo? – digo mientras tomo la llave
Dejo atrás su rostro desconcertado y prendo un cigarrillo cuando creo distinguir unas palabras del recepcionista, algo así como que no se puede, sólo extiendo el índice y, sin darme vuelta, se lo muestro realizando un ampuloso movimiento desde abajo hacia arriba, cuestión que entienda que puede metérselo por donde se le cante. ¿Qué culpa tiene el pibe? Ninguna, solamente me jode y… En fin, no me cuestiones ahora conciencia de mierda… Claro, claro, para vos es que estoy “sacado”… ¡Qué fácil qué la tenés! Vos no sos quien lidia con esta puta mierda. Cierro la puerta con violencia y me siento ante la laptop, la mente no está en blanco pero no puede escupir nada contra este teclado, siento ganas de lanzar esta máquina contra la pared. ¿Qué puede perderse? Si todos sus bytes de memoria seguirán incólumes para poder atormentarme. ¿Qué…?
Mariano no está, recién advierto que lo he perdido, asumo que no pudo atravesar a las paredes. ¿Qué hará una aparición perdida en Florida entre Alvarado y Caseros? ¿Se sentirá sola o habrá perdido esa capacidad? Dejo que mi vista se centre en el original que ayer me dio, lo observo detenidamente y pienso si el muy hijo de puta lo tenía planeado.
- ¿Lo planeaste así…?
- No sé. Lo más probable es que sea un producto de tu neurosis, así que lo que diga… Bueno, pué, no es muy fiable…
- ¿Te estoy imaginando, Mariano?
- Fijate que ni siquiera hablo como solía hablar, tan sólo un par de clichés que te han quedado grabados, es decir… Por ejemplo… Esta constante repetición del “pué”
- Es que me daba… Me daba mucha gracia como lo decías, me acordaba de… En fin, cuando se enojaba lo decía muy parecido.
- ¿Gracia? No sé si estás eligiendo bien las palabras, mejor, deberías dejar la laptop, no estás muy lúcido para escribir, pero… ¿No era que no la amaste?
- No. No la amé…
- ¿Y por qué la añorás? Esa es la palabra, esa… Te da añoranza.
- Porque fue más que eso, fue más que amor.
- ¿Qué entonces?
- Esperanza, Mariano, un puto engaño, la estúpida idea de que vivir es más la puta línea recta que transita entre el nacimiento y la muerte… Me creí que había un desvío y… En fin, me engañe como un pelotudo, no hay desvíos, Mariano, no hay desvíos…
Destapo la petaca y apuro un trago de ginebra, tengo la tentación de ofrecerle pero asumo que las apariciones no pueden beber.
- ¿Por qué, Mariano? ¿Por qué te moriste?
- Soy producto de tu neurosis, Marcos.
- Ya sé, ya sé…
- Quizás porque todos tenemos que morir de algún modo y en el algún momento, nada más que eso.
- Y si no sos mi neurosis, si realmente te veo, si… No sé, no sé. ¿Podrías dejarme sólo, Mariano?
- Tú me has traído.
- ¿No podés irte, entonces?
- Creo que no.
Intento que un nuevo trago de ginebra me acostumbre a esta aparición que parece no querer o no poder apartarse.
- Si los dos estamos muertos…
La aparición de Mariano parece no poder o no saber contestarme.
- Hace unos días que lo estoy pensando, Mariano, quizás sí me ahorqué esa noche y nunca publiqué nada, nunca gané ese premio, nunca me casé con Clara, nunca… Nunca… Nunca me convertí en este despojo, Mariano, simplemente… Simplemente es el castigo, el tránsito que debo recorrer en el Purgatorio, Mariano, sólo eso. Quizás los dos estemos muertos, quizás seamos los dos.
- ¿Quieres que te conteste?
- Ya sé, ya sé… Sos un producto de mi neurosis.
- ¿Sigues trabajando en “Payaso”?
- A veces, Mariano, a veces… Hay cosas que me cuesta escribir.
- Recuerdo un fragmento, apenas unas líneas: “El Payaso observa a el Cuerpo caído, lo nota inerte, él, el Payaso, esta vez no ha hecho nada para que esto sea, el Cuerpo tan sólo cayó desplomado, trajinaba errático como el resto y tan sólo cayó, ningún Cuerpo parece advertirlo y siguen deambulando en su rededor, nadie o nada más que el Payaso y el Cuerpo caído se ha detenido. Lo contempla estático, no sabe o no cree saber si le ha provocado una sensación, algún tipo de sentimiento, nada más ha quedado… Ha quedado… ¿Estupefacto? Sí, estupefacto, supone que es la palabra mientras sus pensamientos se posan en el Ella que vio o creyó ver ayer, es decir, en el período de tiempo que él, el Payaso, atribuye a ayer. Intenta algo que llama reflexionar, algo que le permite entender, lo que quiera que eso sea, cree, ahora que el Ella es otro plano de la existencia… ¿Pero qué es otro plano de la existencia? No lo sabe, pero es otro plano de la existencia. Quizás, tal vez, de algún modo, podría ser que él, el Payaso, y el Ella provengan de un mismo plano de la existencia, mientras… ¿Los cuerpos habitan en un plano distinto? ¿Sería sólo que él, el Payaso, habita en el plano equivocado? Tal vez, probablemente, es una posibilidad, quizás, puede ser que el Cuerpo inmóvil ahora habite en el plano de la existencia que él, el Payaso, debería habitar. El Payaso desea preguntarle, pero… Sabe que no le contestara”
- ¿Qué querés decirme?
- Tal vez tengas razón y… ¿Estés muerto? Quizás tengas razón y estés transitando un plano de la existencia, un plano diferente. ¿El Purgatorio?
- ¿Y…?
- No tengo la menor idea.
- Gracias.
- No sé. Quizás sólo debas resolver si abandonarte a la muerte o… ¿Vivir? ¿Resignarte a vivir, Marcos?
- “Y al tercer día resucitó de entre los muertos…”
- Sí, pero sin ascensión a los Cielos, Marcos…
Abro el archivo de texto que creé ante de enterarme de su muerte, releo “La Quinta” y, renglones abajo, “Por Marcos Sarría” antes de escribir la primera línea. Doy una pitada a un cigarrillo que casi ya se ha extinguido y tomo el celular, marco 0387 antes de digitar los números de ese teléfono que me entrego Hija. “Te voy a extrañar, Mariano” digo antes que una voz que creo familiar me conteste desde el otro lado de la línea.

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