martes, 6 de abril de 2010
Capítulo 34: Aquel viejo consejo
El hospital es lánguido, ni más ni menos que otros hospitales, solamente lánguido. “Media cuadra”, pensé cuando el remisse se detuvo en Sarmiento y esas dos palabras parecen aún no querer apartarse de mi cabeza al momento de toparme con Esteban que apenas esboza un saludo sin dejar de hablar por el celular. Me quedo a unos cuantos pasos, metiendo y sacando las manos en los bolsillos o frotándomelas sobre los muslos y la barbilla, estoy inquieto, no muy inquieto, simplemente me asalta la incomodidad que siempre he sentido en estos lugares. Cementerios, salas velatorias, hospitales y consultorios de dentista me han generado siempre la misma sensación, ese olor penetrante en mis narices. No sé, siempre lo he atribuido al formaldehído pero, en realidad, no sé como huele el formaldehído aunque asuma que huele así. Sin apartarse del celular, Esteban se dirige hacia mí.
- ¿Marcos, podemos ir a otro lugar?
Le devuelvo una mueca en dirección a los dos “pata de plomo” que lo acompañan y el índice, a la altura de mi pecho, transita de un extremo a otro en clara muestra de mi negativa. Su respuesta es la esperable de estos tipos, cierta mirada que no da dudas sobre que no nos está haciendo una sugerencia, lo cual, sinceramente, me friega bastante un huevo y vuelvo a agitar el índice de un extremo a otro.
- Marcos…
- Lo que me tengas que decir, me lo decís acá. ¿Entendemos?
- Tú…
- ¿Yo? Las pelotas.
Desde que lo conozco, hará más de diez años, incluso conocí a Mariano por su intermedio. En fin, desde todo el tiempo que lo conozco, Esteban siempre fue hombre del gobernador, han pasado varios gobernadores, varios partidos y siempre Esteban es hombre del gobernador, lo cual, le ha generado cierta desviación de la conducta en que no alcanza a procesar racionalmente una negativa.
- Tu problema es que te crees que porque tu suegro es…
- Es mi ex suegro, Esteban – digo remarcando especialmente el “ex” – Y créeme que no lo necesito para ponerle los puntos a un pinche como vos. ¿Estamos?
No está cómodo, se le nota, está acostumbrado a las oficinas chiquitas a… Digamos, una cierta oscuridad en su vida, un permanente tras bambalinas que pareciera haberlo convencido de que es “alguien”, una personalidad trascendente aunque en su epitafio, seguramente, nadie pueda escribir otra cosa que “Aquí yace Esteban Lerma. Qué en paz descanse”
- Marcos, Marcos… Tú siempre con ese carácter – dice poniéndome su mano en la espalda para, al menos, ir hacia un costado menos transitado del pasillo – Debe ser cierta “sensibilidad” que tienen ustedes…
- ¿Ustedes…?
- Bueno, bueno… Los de tu orientación… Como Mariano.
- Me gustan las minas, Esteban, siempre me gustaron las minas, hasta hoy ni probé con un tipo. Entendelo, no todos los escritores somos putos. Mariano era puto, yo no. Esto no es “sensibilidad” de puto, es que sos una mierda con patas, Esteban, no me gusta andar mucho tiempo con vos, y a Mariano tampoco le gustaba, en general, a cualquier persona, que no sea un hijo de puta, no le agrada andar con vos. ¿Entendés, Esteban? ¿Ahora, qué mierda querés?
Su tez morena empalidece, no sabe como manejar que le lleven la contraria, se supone que “él es Esteban Lerma” y no está acostumbrado a que sus interlocutores no se dediquen a otra cosa que sea degustar el putrefacto gusto a mierda de sus asentaderas. Duda un poco hasta que se decide a hablar.
- Necesito que entiendas que Mariano sufrió un paro cardíaco, era obeso, no se cuidaba… No hacia una dieta y… Su corazón no soporto.
- Contando que la última vez que lo ví se estaba por picar, asumo que sí, que fue un paro cardíaco, porque creo que no tenés los huevos suficientes para clavarle seis o siete balazos porque te jodía muchísimo tener un hermano puto, asumo eso. Pero no creo que haya sido la dieta, ni que no se cuidaba… Me parece que fue una sobredosis, Esteban.
- Es necesario.
- ¿Es necesario…?
Nuevamente se queda sin palabras.
- ¿A vos, pedazo de neurótico esquizofrénico, te parece que voy a ir por ahí diciendo que Mariano Lerma se murió de una sobredosis? ¿Qué gano? ¿Plata, espacio en los medios? ¿Qué gano?
- Por eso…
- Tomate tres gotitas de rivotril que estoy hablando yo. Me jode que lo voy a extrañar, me jode que nuestras últimas palabras fueron “Sara te abre”, me jode todo eso… Me jode que está muerto, me importa tres huevos porque mierda se murió. ¿Nos entendemos?
- Entonces… ¿Estamos de acuerdo?
- No. No estamos de acuerdo, pedazo de infeliz… Vos sos un enfermo hijo de mil puta y yo soy un ser humano, no sólo que no podemos estar de acuerdo, sino que somos de especies distintas, pelotudo.
El metro ochenta y algo de Esteban vuelve a quedarse totalmente mudo. Sé cuanto lo puede molestar mi próxima frase y por eso mismo dejo de salga lentamente de mi boca, sólo para poder disfrutarla un poco más.
- ¿Ya le avisaste a Gustavo?
- No. No… No podemos.
- Era la pareja, pedazo de pelotudo, tiene más derecho que vos…
- Marcos… Somos una familia tradicional, entenderás…
- ¿Familia tradicional?
- Sí.
- ¿De dónde…? Tu bisabuelo era un gallego garca que se bajó del barco con una mano atrás y otra adelante, cagó tres o cuatro collas, se hizo unos mangos e inventó que era descendiente de Hernando de Lerma… No me jodás…
- Esos son inventos del degenerado de Mariano.
- ¿El “degene” qué?
- Degenerado – el tono de Esteban ahora no sólo demuestra cierta incomodidad sino que adquiere cierto ribete desafiante.
Prendo un cigarrillo, le doy un par de pitadas, me rasco la barbilla, ciertas cosas en la vida necesitan de una breve “pausa dramática”, dejar que el silencio se instale para luego dar lugar al diálogo incisivo.
- ¿Vos lo decís…? Cuando te conocí, mi ex, y te remarco lo de ex, mi ex suegro tenía que conseguirte, a vos y a tu patroncito de ese entonces, putas de menos de quince para que le firmaran las concesiones. ¿Te acordás…? Pedazo de hijo de mil putas. Avisale a Gustavo, no me volvas a romper las bolas en toda tu puta y miserable existencia como el gusano que sos, y quedate tranquilo que no necesito prensa, gil. No necesito prensa y… Vos tampoco. ¿No es cierto, Estebancito?
Le doy dos palmaditas en el hombro antes de dar media vuelta hacia la puerta del hospital, no alcanzo a dar un par de pasos cuando escucho la voz de Esteban.
- Entonces… ¿Estamos de acuerdo?
Algún viejo conocido me dijo que, contra los grandotes, primero le tenés que dar una buena patada en el medio de los huevos y después seguir dándoles hasta que para reconocerlos necesiten utilizar sus impresiones dentales, recuerdo aquel viejo consejo en el preciso instante que el taco de mi zapato parte en dos el tabique de Esteban.
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