viernes, 2 de abril de 2010
Capítulo 32: Cansado de no ser puto
Despierto en una de las habitaciones, extiendo el brazo hacia un costado que encuentro lo suficientemente vacío como para confundir mis recuerdos, a duras penas logro ponerme boca arriba y acostumbrar los ojos a la claridad que ingresa por la ventana, refriego dos veces o más veces la mano contra este rostro que revela el desconcierto que me asalta ante cada una de las preguntas que hago sobre anoche. Quisiera… ¿Quisiera qué? Por lo pronto, poder incorporarme y encontrar los cigarrillos, realmente necesito uno, debo haberlos dejado en la gabardina que… No sé, creería que debe estar abajo, distingo el pantalón en un rincón, tendré que decidirme a incorporar este cuerpo y remontar la distancia que lo separa del estar. Logro ponerme el pantalón y adaptar los ojos lo suficiente como para que la luz no dañe tanto, en algún lugar encontraré los anteojos, pero, hasta que los encuentre, tendré que adaptarme a esta percepción borrosa del mundo que me ha regalado la miopía desde los catorce años.
Consigo descender la escalera aferrándome al barandal, apenas si los pies obedecen las ralentizadas ordenes que intenta imponer mi cabeza, distingo la ahora borrosa figura de Mariano tras uno de los sillones, advierto que sigue vestido con su “toga romana” mientras sostiene una botella de whisky con un brazo que cae aletargado. Espero que este dormido o, al menos, lo suficientemente drogado para no intentar ninguna interacción conmigo. No es nada, pero, sólo quiero encontrar la gabardina para fumar un cigarrillo y hacerme del par de lentes que tengo de repuesto.
- ¿Buscás esto, ah…? – el flácido brazo de Mariano sostiene mis anteojos en el aire
- Sí, gracias… – sólo atino a decir antes de tomarlos para escapar lo más rápido posible de su compañía, sin embargo, él tiene otros planes.
- ¿Sabés? ¿Ah? Estoy cansado de no ser puto, Marcos, me harté de no ser puto.
Con los anteojos puestos encontré la gabardina justo delante de mi cara, reviso sus bolsillos y no tardo en prenderme un cigarrillo, sólo tengo ganas de fumarlo y tratar de ordenar la confusión que me genera la noche anterior, sin embargo, sé que debo contestarle, sé que no puedo evitar contestarle…
- Medio tarde… Sos… Sos, hasta excesivamente, puto.
Esboza una sonrisa que se entremezcla con un eructo o, tal vez, un dejo de hipo.
- No seas… Tu sabés que estoy diciendo – señala antes de de incorporar su gruesa anatomía y tomarme del hombro – Vamos, acompañame arriba así hablamos un poco, que… Bueno, bueno, al final, nos interrumpió mi bienvenida hacia ti… ¿Pero no estuvo tan mal, no?
- Según los escasos fragmentos que recuerdo… ¿Qué le pusiste a la bebida?
Se ríe, hace una mueca antes de darme un fuerte abrazo de su excesiva anatomía para obligar a que lo siga. Vuelvo a remontar la escalera en sentido ahora opuesto y casi arrastrado por un tambaleante Mariano que sólo atina a reírse cada dos o tres pasos que da hasta su habitación, el desorden es el mismo que recuerdo cada vez que he entrado aquí, ropas y papeles diseminados en un completo pero sistemático caos, el calentadorcito y todos los utensilios que él necesita. “El reducto del artista”, deja resbalar en una carcajada y pone dos vasos que rápidamente llena de ginebra.
- Prefiero la “Llave” – le digo.
- Tengo “Bols”, pué’…
- Paso al baño…
- Meta, meta…
Orinar es un acto placentero, pero el primer orín de la mañana tras haber tenido sexo es un goce especial, la calidez del líquido recorriendo el interior de tu miembro, ese ardor que mezcla cuotas exactamente compensadas de dolor y placer que prometen aliviar la erección que ha mantenido el pene desde que has abierto un ojo, todo ello genera un éxtasis difícil de describir en palabras, un acto al que uno se abandona clavando las uñas contra el frío azulejo de la pared, lanzando un suspiro y comprobando la franca imposibilidad de controlar la direccionalidad de ese chorro a presión que sale de tu interior. Respiro profundo, enjuago mis manos casi al tiempo que busco un cigarrillo para prender, cuando finalmente salgo del baño veo a Mariano sentado frente a una carpeta.
- Toma – me dice mientras vacía el vaso de ginebra
La tomo con algún desgano, pero un dejo de curiosidad me deja leer el título: “La perversión y la leche”.
- ¿Otra versión?
- No, no. Esta es la definitiva, ya está, no la toco más, Marcos, así queda.
- ¿La publicas?
- Es mi obra póstuma, primero tendría que… ¿Morirme?
- Dejate de romper los huevos, ya la tenés, está buena, publicala y dejate de joder…
- Vos te crees que un profesor de la Universidad Católica puede publicar esto en Salta.
- ¿Por?
- Es la poética de un puto, Marcos, no puedo, cuando me muera… Cuando me muera. Ahí están todas las autorizaciones, cesiones de derecho y… En fin, todo eso, pué’…
Juego un poco con la carpeta pasándola de una mano a otra hasta que me siento en la silla que tiene junto al escritorio.
- ¿Póstuma? No soy muy, muy que digamos, el indicado para sobrevivir a alguien…
- ¿Por qué te suicidaste en una novela?
- Ja, ja… No… Porque soy alcohólico, meto la verga en cualquier concha sin forro, y… ¿En términos generales? Tengo una coherencia autodestructiva francamente admirable.
Se sirve más ginebra y hace un fondo blanco.
- ¿Y…? Tienes más posibilidades de sobrevida que yo… En todo caso, dale una copia a Víctor o a alguien más sano que nosotros, pué’…
- Sí, como vos quieras… Pero, publicala y dejate de romper los huevos.
- Hasta el día que muera, voy a publicar sólo cuentos infantiles, dar clases y conservar mi frustrante puesto en Cultura de la provincia, después… Después… Me voy a encargar que todos se enteren que escribía cuentos infantiles porque me gustan de menos de quince, pero… Después, pué’, después.
Le respondo con una mueca, sabe que desapruebo sus intentos por provocarme una reacción intempestiva, y que, sinceramente, los tomo por lo que son, sólo provocaciones vacías.
- No, puedo ser como tú, Marcos… Ustedes los porteños…
- No soy porteño…
- Pue’… Cualquier cosa debajo de Córdoba, para nosotros son porteños, pué’…
- Si vos decís…
- Como quieras… Cambiemos de tema. ¿Por qué has venido a Salta?
- Te dije cuando te llame.
- ¿Qué estás escribiendo una novela? ¿Es lo que me has enviado al mail?
- Sí, sí… Eso
- No tiene ni pies ni cabeza, pero… Está bueno, pué’… Está bueno, es la primera vez que tengo la sensación que estás escribiendo y no “trabajando” para Alejandro, es tu primera novela después de publicar tres basuras de excelente confección técnica.
Una mueca y un leve encogimiento de hombros son mi única respuesta.
- ¿Pero que te ha traído a Salta?
- Es la continuación de “La Noche”, bah… No es la continuación, el protagonista está muerto y… No sé, no sé, si es una continuidad, una explicación… ¿Una precuela? Todavía no lo sé.
- Bien, pué’… Cuando lo sepas vas a tener una novela y no… ¿Un producto? ¿Entonces, viniste para saber que estás escribiendo?
- Fue acá que empecé a escribir “La Noche”, es lógico que vuelva a retomar la historia dónde fue que… Se quedo.
- ¿Y cuánto vas a tardar en hacer lo que tienes que hacer?
Nuevamente encojo mis hombros y lanzo una mueca, hay unos segundos de silencio, aprieto el cigarrillo entre mis labios.
- ¿A quién te cogiste anoche?
- Una piba, de veinte, veinte y algo… Debe ser alumna tuya, decime vos el nombre porque no se lo pregunte.
- ¿A quién te cogiste anoche?
- Ya te lo dije…
Aprieto aún con más fuerza el cigarrillo y aspiro lo más profundo que puedo, retengo el humo todo lo que puedo antes de lanzarlo.
- Sí. Quizás sí. Un dejo… Me… Sí, me hizo acordar a ella, un dejo, un aire… ¿Las drogas?
- Cerralo, cerralo de una vez… Llamala, decile lo que tengas que decir y… ¿Sigues con tu vida?
Nuevamente me quedo en silencio.
- No puedo, no… No puedo.
- ¿La amaste?
Por primera vez en quince años la repuesta no sale automáticamente, por primera vez hay un instante de duda, una fracción de tiempo en que pierdo la vista y las palabras no dan el resultado acostumbrado.
- ¿No? No, no… ¡No!
Mariano sonríe con cierta maleficencia que no atino a interpretar.
- No… Es que encontré algo… No. Con ella, pude dejar… Dejar que una parte de mí fluyera y… Cuando… Cuando se fue, no… No pude encontrar más esa parte, no… No pude, no encontré el estímulo que catalizara eso y… Me falta, aprendí… Con ella, aprendí a estar completo y… Nunca más lo estuve y… ¿Qué se yo? Antes… Esa parte estaba, pero… Nunca había surgido y… Ahora sé que está y… Estoy harto de ser tan sólo la mitad de mí, pero… Cuando fui yo por completo, se asusto, creo que se asusto, que… Una parte mía fue su fantasía y la otra su frustración… Y… ¿Yo entero? Me terminé tornando su pesadilla y… Esa parte que descubrí… Nunca más se atrevió a salir, se horrorizo y… Se escondió para siempre, nunca más estuvo conmigo, ne… Necesito saber, necesito saber si la perdí aquí o… O está oculta en algún lugar, esperando su oportunidad, pero… Pero no la amé.
- Llamala.
- No… No sé…
Hundo mi mirada en el piso. Mariano, toma una banda elástica, de esas de goma que usan cuando te extraen sangre y se la ata en la pantorrilla tras encender el calentadorcito, no tengo ganas de observar lo que sigue…
- No tengo más venas en los brazos… ¿Sabías…?
- No… No, sabía…
- Llevate la carpeta, Sara te abre, después te llamo.
- ¿Sara?
- Sí, la mujer de ayer… La del cráneo demasiado plano.
- Cierto.
Dibuja una sonrisa pícara antes de que lo pierda de vista para remontar el pasillo hasta la escalera, Sara, la mujer del cráneo demasiado plano, está acomodando el desorden que ha dejado mi “bienvenida”, sin mediar palabra deja su labor para dirigirse hacia la puerta, sólo puedo esbozar un “Adiós” ante el indiferente con que cierra la pesada puerta de madera casi sobre mi rostro.
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