viernes, 2 de abril de 2010

Capítulo 31: Sin mediar palabra

Posted on 20:56 by Jorge

Algo tenía ese trago, paso con demasiada rapidez de la somnolencia a un estado de euforia, algo tenía, no sé que… Mariano ya ha desnudado su torso y enredado sobre sí una sábana que procura imitar la vestimenta de algún antiguo cónsul romano, mueve cansinamente su inmensa humanidad mientras depara una caricia en la barbilla de un joven veinteañero de rasgos aniñados.
- Quizás, tan sólo quizás… Si sólo si… El mórbido recuerdo de la leche materna entre mis dientes… Quizás, tan sólo quizás… Si sólo si… – comienza a declamar
“…Me lleva a la pálida rutina de saborear tu simiente…” Conozco lo que sigue ya de memoria, son las primeras líneas, versos o lo que sea que ha escrito. Debo haber corregido al menos diez versiones de “La perversión y la leche”, dice que será su obra póstuma, el desafío al que no se atreverá en vida.
- Tan bello dormido, tan dulce, tú, mi ángel caído, haces de mí ya no el que miente…– completo antes que Mariano cierra su actuación por sí mismo.
Una mirada repleta de sarcasmo
- Me has robado el protagonismo, amigo mío…
- Lo lamento, mi cónsul – actuó una irreverente reverencia – Pero la belleza, sabe bien usted, no tiene ni puede tener un dueño, ella, la verdadera belleza, esta allí para el disfrute, no puede ni asírsela ni apropiársela, simplemente, porque de asirla o de apropiarla, simplemente, dejaría de ser belleza…
- Verán, mis estimados, ya en la antigua Roma teníamos a estos comunistas molestos – señala ante su improvisado auditorio en medio de una carcajada y una caricia hacia el joven aniñado.
Sonrió irónico y vuelvo al ostracismo de dubitar sobre el contenido de aquel trago, Mariano ahora arremete con un poema de Borges, luego las voces se suceden mientras las ropas se sueltan, más tragos de eso que tiene algo que no sé que es, fragmentos de Machado, Lorca, creo reconocer a Becquer desde un arcón de recuerdos que confuso diviso tras el velo impuesto por un nuevo trago, mi cabeza se extravía, sé hacia donde fluye este río y no sé si deseo dejarme a sus aguas, hasta que desde alguna lejanía escucho: “No tienes un cigarrillo, me dijo… Sí, contesté… ¿Un fósforo?... No: la bala puede encenderlo, le dije…”
- Hikmet – balbuceo desde la profundidad de mi letargo – Hikmet… “Sin encenderlo, se fue… No es difícil que ya esté… acostado largo a largo… en la boca un cigarrillo sin encender todavía… y un agujero en el pecho…”
- “Acción… Signo de multiplicación… Conclusión” – parece contestarme la suave voz femenina que ha invadido mi letargo.
Intento salir de esta somnolencia, retiro y vuelvo a colocar los anteojos, parpadeo hasta que un destallo me deja observar una figura menuda, adivino los rasgos aindiados de esa veinteañera que se aleja sigilosa del grupo, un impulso me arrebata y doy largos y rápidos trancos hasta alcanzarla, tomo con fuerza su brazo y la giro hacia mí, no sé si es bella o, tan sólo… Sí, tan sólo, me atrapa su expectante indefensión, la llevo contra la pared y sin mediar palabra comienzo a besarla con desesperación, mientras adivino el sarcasmo complaciente en la mirada de Mariano, los leves ropajes van cediendo y… Sí, sí… Ya no sé si recuerdo.

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