domingo, 28 de marzo de 2010
La orejudita
Desciendo los escalones del Berlín con un paso algo menos que cansino, el sabor de el último porro aún está resecándome la garganta aún aceitosa por los restos del sanguche de milanga que comí en la Buena, necesito rápido tomar algo, Batista no atina siquiera a reaccionar cuando manoteó el porrón, un prolongado trago de cerveza fría logra devolverme el aliento justo cuando terminó de bajar la escalera, ya sin los lentes, intento ajustar la vista a la penumbra viciada, parpadeo dos o tres veces hasta tener una visión más o menos clara del entorno justo a tiempo para distinguir la figura de la orejudita tambalearse entre dos ebrios que intentan articular algún entre que les pueda entregar su sensualidad al menos esa noche, dejo que apenas una sonrisa se dibuje en mi rostro cuando los esquiva casi sin prestarles atención. ¿Por qué te sonreís, tarado? Porque sonrió y punto, no hay que darle tantas vueltas al tema. ¿O sí? Bah, no importa, de última, no importa.
- ¿Por…?
- Tenés experiencia en andar medio medio…
- ¿Medio medio? Ni ahí, yo siempre estoy del todo del todo, je… Dale, nos vemos después…
- Nos vemos…
- ¿Y? ¿Qué?
- ¿Por qué te dicen Tío, Marcos?
- ¿Muy larga?
- No tanto… Pero un poquito rebuscada.
- Je… Si vos lo decís, me preocupa tu capacidad de imaginación…
- Tampoco es para asustarse, Tío…
- Bueno, bueno…
- Dale, nos vemos y me contás…
- O.K.
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