domingo, 28 de marzo de 2010
Capítulo 30: La salvación
Mariano bromea sobre la mujer que nos trae la picada y el patero, la cual, visiblemente se ofusca ante ese humor ácido e hiriente, hecho que parece tener el único efecto de incentivarlo aún un poco más.
- ¿Verás?– señala dirigiéndose hacia mí – Qué estas personas tienen rasgos más que perfilados, con sólo una rápida inspección notarás – mientras indisímuladamente apoya su palma sobre la cabeza de la mujer – que su cráneo es sorprendentemente plano, lo cual revela un espacio craneano poco propicio para el desarrollo de la masa encefálica, hecho que a todas luces explica que una raza tan poco brillante como la española haya conseguido resultados tan favorables en la tarea de conquistar a estos salvajes que hemos domesticado para nuestra servidumbre…
- ¿Por qué no te dejás de romper los huevos? Discúlpelo, solamente intenta provocarla. No es cierto lo que dice, nada más tiene una cierta obsesión con empujar las personas hacia su límite más extremo – digo mientras intento ayudar a la mujer con la bandeja, pero ella, sin embargo, me aparta de mal modo.
- Deje… Deje…
Apenas si logro reponerme de cierta estupefacción cuando la mujer se aleja del estar hacia las dependencias del chalet.
- ¿Viste? Tomá tu primera lección sobre el chuto salteño…
- Pero…
- Sí, Marcos, intentaste ponerte de su lado, pero estabas equivocado… Llevo casi cincuenta años tratando que un chuto me rompa la cara y… No, simplemente sonríen, son casi quinientos años que le enseñan que son una suerte de porquería subhumana, han terminado por creérselo, Marcos.
- No…
- Deja el rollo y disfruta del queso de cabra, estas delicias no las tenés por allá…
Me sirvo un vaso de patero y tomo un par de trozos de queso, pero no logro olvidar la molestia de la mujer cuando intente de cierto modo, muy a mi cierto modo, ser gentil.
- Le molestaba lo que le decías
- ¿Te acordás la primera vez que viniste a Salta?
- No era la primera…
- Ah, ah… Sí, como quieras, la primera desde que te conozco.
- Sí.
- Me contaste el asunto ese y… Por lo menos llevás diez años dándole vueltas y no entendiste nada aún.
- ¿Qué tengo que entender?
- Complejo colectivo de inferioridad, en esta ciudad, simplemente, es imposible que se intente, siquiera, ser… Todo lo ajeno es una amenaza, un silencioso resquemor que avanza sobre todos nosotros para destruir este idilio fantasioso en que vivimos, Marcos, acá no vas a tener otra alternativa que el fracaso… Es que nos convencieron que somos inferiores y, tan sólo, no podemos enfrentarnos a algo que sea distinto, que conmueve aunque mínimamente los cimientos de nuestro imaginario, es… Una sociedad de conquistados, Marcos, un poco de Niestzche para principiantes y lo entenderías.
- No…
- Sí, Marcos, sí. Tu problema es que en una persona quisiste cambiar quinientos años de historia, y, eso, eso es una utopía muy pelotuda, Marcos, muy típico de vos… Lo único, digamos que rescatable, es la literatura que te genera, si no tuvieras eso terminarías siendo un boludo baleado en una escuelita boliviana o en el medio del monte tucumano…
- Yo…
- ¿Todavía seguís renegando? ¿Le seguís dando vueltas al mismo círculo? A ver… ¿Te preguntás por qué dejaste de preocuparte por el resto de la humanidad, por qué dejaste de intentar cambiar el mundo, por qué te asalta esta indiferencia constante…? Hace diez años que te conozco y diez años que tenés el mismo discursito, Marcos, y… Superalo, nada más, superalo.
Prendo un cigarrillo apresurado y apuro otro trago de patero mientras me dejo caer sobre el sofá.
- No quiero… No quiero, Mariano, no quiero.
- Te desolaron hace quince años, Marcos, y, eso, solamente eso, fue tu salvación, vas a tener que…
El timbre interrumpe la frase que nunca terminará, por la puerta ingresa un grupo de hombres y mujeres jóvenes que rápidamente desinteresan a Mariano de mi salvación.
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