domingo, 28 de marzo de 2010
Capítulo 28: Peores cosas hay...
Un baño calma ansias y cansancio, año tras año parece que el calor salteño se va tornando un poco más húmedo, quizás este diciembre sea un poco más inclemente, en una rápida conversación, el recepcionista del hostal me ha confiado que no recuerda un verano tan húmedo desde hace diez o quince años, y, efectivamente es el mismo sopor inclemente que recuerdo de aquella vez. Ella siempre se quejaba del calor rosarino, permanentemente repetía las bondades de este clima y, apenas baje del ómnibus, me había asaltado esta agobiante humedad…. “Una de sus tantas mentiras”, pensé hace quince años, hoy, no sé si eran mentiras o quizás exageraciones, mistificaciones que sólo parecían tender a negarme, a reducirme a una fantasía inviable… Si es así… ¿Por qué? ¿Por qué estoy acá como hace quince años…? ¿Por qué me falta…?
“Me falta” le dije al Chapa y tal vez sea eso, necesito recuperar algo mío que quedo esperandome en aquella esquina y… ¿Sencillamente? Creo que ya es hora de recuperar no sé bien qué, pero se que es algo que no está conmigo desde hace quince años.
Dos golpes leves en la puerta interrumpen mis disquisiciones. No respondo con un grito, si algo aprendí de ella es que en Salta no se grita, sólo se susurra y se calla. Me pongo apresurado el pantalón y me cubro el torso poniéndome la toalla sobre los hombros antes de abrir la puerta para encontrar al recepcionista.
- Señor Sarría, un hombre pregunta por usted …
- ¿Se puede pasar la llamada?
- No, está en la recepción, señor Sarría.
- Bueno, digale que me espere un momentito…
Apresuradamente termino de secarme un poco el pelo y me visto con lo primero que encuentro antes de salir al pasillo que me lleva hasta la recepción del hostal. Aunque intento sorprenderme de la visita, sé que la llamada telefónica de esta mañana tiene relación directa con ella, con lo cual, la obesa humanidad de Mariano no logra sobresaltarme cuando distingo su figura junto al mostrador
- Gor…
- Marcos… ¿Ha tenido buen viaje?– se apresura a interrumpir antes de extender su mano para un apretón excesivamente formal.
- Algo cansador, Lerma, algo cansador, pero… En fin, lo vale para cambiar de aire.
- ¿Qué lo trae a Salta, Marcos?
- Estoy trabajando en una novela y…
- Deje, deje. Permitame hacerle de guía por nuestra ciudad y me cuenta compartiendo una empanadas y un buen tinto de Cafayate – gira hacia el recepcionista – ¿O no es la mejor recepción que podemos dar a un visitante tan ilustre? ¿Usted sabe quién es el señor?
El recepcionista apenas emite un par de interjecciones que intentan disimular su más que evidente ignorancia sobre los supuestos “galardones” que porta mi persona.
- Este señor, querido… – Mariano extiende su diestra en el aire como buscando asir algún objeto imperceptible.
- Luciano, señor, Luciano…
- Querido Luciano, este señor es Marcos Sarría y, en confidencia, dejeme que le diga que si no nos termina trayendo un Nobel de Literatura me cambió el apellido por Pérez.
El recepcionista se ríe tan silenciosamente como se hace todo en Salta.
- Qué ocurrencia, señor Lerma, qué ocurrencia…
Rapidamente entiendo la excesiva seriedad de Mariano, casi con la misma celeridad con que adivino su futura reacción ante la respuesta del recepcionista.
- Si no me cree, le dejo mi tarjeta, llameme y lo invito a una de mis reuniones literarias para que aprecie el valor de esta pluma para las letras de la Patria…
“¿Reuniones literarias…? Las pelotas”, repito hacia mis adentros antes de empujar disimuladamente a Mariano hacia la puerta de calle. Hay un pequeñísimo saguán donde él pueda tener un breve instante de transmutación.
- ¿Reuniones literarias, Mariano?
- Sí, sobre el Marqués de Sade… Lindo el chonguito, lindo.
- Gordo puto.
- Peores cosas hay…
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