domingo, 28 de marzo de 2010

Capítulo 27: Residencial "Viña del Mar"

Posted on 16:33 by Jorge

Recuerdo haberle confesado sin reparos: “Nada me importa sin vos...” Y era verdad, cuanta verdad era, nada más me importó, o casi nada, sólo mi propia y peligrosa obstinación de mantenerme adherido a las fronteras de esta cosa que llaman vida.
Quince años con el alma vacía, o, no, mejor llena de nada, porque uno descubre que la nada es algo bien palpable, tan aprensivamente palpable... Así, así desde que caminé estas calles de idéntica manera. Sin rumbo y sin esperanzas, buscando algo que había empeñado, algo que había entregado sin miramientos. Nunca más amé con el corazón desbocado, ni tan siquiera existía algo que se desbocase.
Subo por Avenida San Martín, hoy no me preocupa encontrar alojamiento o buscar una guardería para mis bolsos, viajo sin mucho equipaje y puedo costearme la habitación que se me de la gana, sin embargo, mis pies se arrastran con el mismo abatimiento, el mismo pesar en el estómago y el corazón tan lleno de nada como lo ha estado desde la última vez que desande estos rumbos.
Imagino volar con una hoja, empujado por la leve brisa que golpea a mis espaldas, una lánguida y pálida hoja caída en las postrimerías del otoño, una hoja que se mantiene en movimiento aunque esté la vida le haya abandonado, un cadáver andando sin rumbo...
“¿Estuve anclado aquí todo este tiempo?”, susurro entredientes, una muchacha parece percibir el siseo y lanza una mirada, bamboleando entre el recelo y la compasión. Siento inmediatos deseos de arrojarme a sus pies, de que me arrulle en su regazo... Sólo ahora, en este instante, comprendo que mi pregunta solamente puede contestarse con una afirmación... He estado esperándome aquí.
Todo tan igual, todo tan diferente.
Los pies, casi sin consultarme, rumbean por Alberdi hacia Mendoza, allí, pasando mitad de cuadra, sigue tan pálido y descascarado como en mis recuerdos el cartelito. “Residencial Viña del Mar”, un triste hotelucho de seis pesos la hora, uno de esos lugares donde las miserias más bajas y las pasiones más elevadas se tornan palpables, se encarnan y regurgitan su táctil irreverencia en una ciudad inmunizada contra el exceso.
Todo tan igual, todo tan diferente... Y el recuerdo se torna tan palpable como sucediese en el mismo instante en que lo reencuentro.
“Quince minutos de espera... Con este número te llaman”. “¿Veinticuatro...?, ¿Veinticinco...?, ¿Veintiséis...?”, mi mano agita el taloncito verde con números en rojo terroso. “Habitación 17”. “Mañana lo juego a la quiniela...”, digo sin pensarlo. “El diecisiete me persigue desde que he llegado”, sigo sin interponer cerebro a esta boca que suelta las palabras. Tendernos, abrazarnos, conscientes o por pura desesperanza, pura soledad compartida y coincidente. Los cuerpos se desnudan, se acarician, se besan y se confunden. “Sabés que te amo”, dejo desangrar entre mis labios... Su llanto, sus brazos que me toman con toda la fuerza que podrían ejercer...
La apreté contra mi pecho y así nos quedamos el tiempo restante, unidos en una conjunción tan estéril como desesperada...
Nos vestimos y la acompañe hasta San Martín, sin hablarnos, sin tocarnos, ni mirarnos. Tomó un taxi y ni tan siquiera nos saludamos, jamás volví a verla...
Sí, he estado esperándome justo en aquella esquina.

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