domingo, 28 de marzo de 2010
Capítulo 26: El inexorable camino de su extinción
Como hace quince años, la Veloz sigue deteniéndose en Metán para ofrecernos un suculento desayuno a nuestra cuenta, es decir, dependerá del bolsillo del viajero poder hacerse un suculento desayuno compuesto por café con leche, medialunas o bizcochos o lo que se antoje, o, en su caso, engañar el estómago mascando coca, o, finalmente, si no se es norteño, deambular buscando dónde devorar una viandita que se ha preparado para el largo viaje o, simplemente, tratando de acompasar los crujidos en el vientre con el ruido de los pasos que frenéticamente se dan en torno a la pequeña Terminal de Metán, mi caso, a diferencia de hace quince años, es de los primeros y me predispongo a desayunar mientras intento que la laptop se conecte a Internet en un lugar donde la velocidad no es especialmente buena.
Googleo “Metán” mientras espero que se termine de abrir mi correo electrónico, no dejo de sorprenderme que la única solución que uno cree encontrar al hecho que “Internet está lenta” sea abrir una nueva página que no hará más que multiplicar la ya de por sí exasperante lentitud. Está, a ver los correos. Sí, Alejandro, más Alejandro, de la Editorial, es decir, de Alejandro vía la frígida de Liz, otra vez Alejandro… “¿Abrir o no abrir? Esa es la cuestión…” digo sosteniendo una medialuna a manera de la calavera que Hamlet jamás sostiene en ese diálogo, pero, bueno, como sea, al igual que Hamlet escojo quedarme en la duda y como, cuando se duda se hace nada, termina imponiéndose la solución negativa ante la disquisición sobre la apertura de los correos enviados, así que puedo curiosear tranquilo sobre que datos me otorga el buscador respecto a Metán.
Se llama “San José de Metán”, fundada en 1859 tiene como datos históricos relevantes que en sus cercanías se libró el Combate de Las Piedras en 1812 y que a sólo cinco kilómetros se ubica la localidad donde en 1841 fue pasado a degüello Marco Avellaneda, quizás el único personaje emparentado a la Generación del 37 que revista algún carácter propio del romanticismo que supuestamente inspiraba a ese conjunto de autoestimas hipertrofiadas. Es decir, según parece, nunca nada sucedió en Metán, así que lo yermo del paisaje se condice en plenitud con lo bucólico de una historia que le ha pasado a catorce kilómetros, la distancia que separa Metán con la emblemática Posta de Yatasto, pero bueno, los caprichos del destino hoy otorgan centralidad a esta ignota y deslucida localidad en una historia inconclusa que pareciera aún no tener ni principio.
El escritor sentado frente a su laptop intenta ordenar sus ideas volcadas en múltiples documentos de textos que esbozan fragmentos incoherentes e inconexos, retales de nada que sin embargo parecieran bordear los confines de un hilo conductor. El escritor busca abstraerse en alguna distracción, revisa el correo electrónico, googlea el nombre de esta triste ciudad en pos de una inútil indagación, bebe un sorbo de café con leche y mordisquea una medialuna mientras se da cuenta de lo que ya sabe, intenta esquivar un hecho, un hilo conductor, del cual está visitando las fronteras desde hace un par de semanas, se pregunta porque rehuye de él y, como respuesta, sólo atina a descerrajar un porque no quiere, simplemente no quiere, quizás deba, quizás lo desea, pero no quiere, son tres estamentos distintos de la voluntad.
El deber se impone, se necesita de plena conciencia para realizarlo, es algo que necesariamente tenemos que enfrentar y resulta la reafirmación última de la voluntad, mientras el deseo es la simple compulsión, el ansía en estado puro, un anhelo tan involuntario como un acto reflejo, pero el querer no es ni lo uno ni lo otro, es algo que campea entre ambos, entre un deseo irrefrenable y la contención del deber, es deseo y es deber pero no es ninguno de ambos.
Este escritor se encuentra en ese estadio intermedio. La compulsión del deseo lo ha empujado hasta aquí y sabe que debe enfrentar una realidad que seguramente contraría sus ansías, pero aún no quiere unir esos puntos que irremediablemente deben intersecarse. Un nuevo sorbo de café con leche, un último mordisqueo al último resto de medialuna mientras juguetea con el teléfono celular, busca el número y lo observa, sabe que con tan sólo apretar una tecla se completaría la transición entre ambos estamentos, lo sabe, pero no quiere, lo desea, sabe que debe, pero, simplemente, aún no quiere y… Si no quiere, no entiende porque ha derivado en Metán para otorgarle cierta trascendencia, al menos en su historia individual, a esta tierra cuyos aconteceres parecen haber sido siempre tan chatos y yermos como el lánguido paisaje que la rodea.
El anuncio de partida del ómnibus lo aleja de sus dubitaciones, paga, guarda las cosas y sale hacia la plataforma, respira y da una última ojeada al paisaje, recuerda que hace quince años la lejanía aún le devolvía la inmensidad del monte de espinillo, hoy la tierra es más yerma aún, apenas si en la vera de la ruta puede divisar la aridez de aquel árbol que supo acompañar la cotidianeidad de nuestra historia, detrás de la breve franja de espinillo se expone la futilidad de las tierras desmontadas para el cultivo de la soja que hiere el suelo y destruye su espíritu… Mira nuevamente, decide dar un par de pitadas antes de volver al ómnibus que tarda en partir y quizás, tan sólo quizás, siente cierta relación con el espinillo que ni desea, ni debe, simplemente no quiere aceptar el inexorable camino de su extinción.
No Response to "Capítulo 26: El inexorable camino de su extinción"
Publicar un comentario