domingo, 7 de febrero de 2010
Capítulo 22: Ciertas sensibilidades
- ¿Por qué nos peleamos, Marcos?
Apuro el cigarrillo, dejo que el humo invada mis pulmones y retengo el aire a medida que intento poner orden a las letras que se apuran por responder.
- No nos peleamos, simplemente dejamos de hablar…
- ¿Por…?
- ¿De mi parte…? Sos mi hermano, nunca quise forzar una herida, simplemente… Acepte una distancia, una pausa hasta… Hasta que fuese necesario – dejo que el humo juguetee en mi paladar antes de exhalarlo - ¿De vos…? No sé… Ni me interesa, hace tiempo que deje de preguntármelo, eso si es que alguna vez me lo pregunté… Supongo que hay cosas que me importan más que la curiosidad.
Una bocanada de humo escapa hasta diluirse en el aire fresco del atardecer.
- ¿Sabés, Chapa…? Un punto fundamental de nuestra literatura es el eterno retorno, el permanente regreso a un punto X, determinado e imposibilitante… Quizás sea más que un cliché de nuestra literatura, quizás hable de todos nosotros, del país, de todo… Cómo si fuésemos un pistón que avanza hasta determinado punto para que luego el retén lo regrese a su posición original. Quizás… Eso nos describa, año tras año, generación tras generación, un pistón atado eternamente a un mismo e inevitable recorrido.
- ¿Y…?
- No sé, habrá que aceptar la fatalidad o… Romper el retén, quebrarlo, dejando que el pistón quede loco, sin guía y sin camino, quizás…
- ¿En vos también…?
Quizás me haya sorprendido desatento, pero no puedo recuperar el hilo a que refiere su pregunta.
- Lo del eterno retorno ¿Vos también escribís sobre eso?
- No… – ya no es desatención, es sincera ignorancia – No sé, no creo. En realidad, ni tan siquiera sé qué escribo, sólo se ha producido, aparece impreso y no tengo la menor idea de cómo ha llegado hasta ahí, hasta esa página… Mi vida, lo que escupo al papel no es más que un desconocimiento eterno, una excusa, una impostación, un errar inevitable… No, Chapa, no… No escribo sobre el pistón, siento que lo soy…
- ¿Y….? ¿Yo…? ¿Entraría en eso?
- ….
- Con qué sos el pistón… Con el eterno retorno y… Toda la verga esa.
Calló un segundo, quizás, sencillamente, no tenga nada que decir o, tal vez, no tenga ganas de decir nada.
- ¿Ves…? Ese. Ese es el problema con vos…
Quizás haga años que no nos vemos pero aún conozco sus inflexiones de voz, sus gestos y ademanes, en ocasiones, el silencio se hace la mejor opción.
- Siempre te viste como el puto ombligo del mundo, todo… Todo giraba alrededor tuyo y… No sé.
- ¿Y quién es el ombligo de tu mundo? Dejame el derecho a que mí epicentro sea yo… Mi único problema es que nunca mentí al respecto, ni traté de ocultarlo. No jodas… Ni vos ni yo somos ni más ni menos miserables uno que el otro.
Rebufa, retorna la cabeza hacia sus rodillas y masculla un poco, quizás, sea una forma de darme algún grado de razón.
- Pero… ¿Qué querés? No… No entiendo eso, Marcos, no lo entiendo.
- No sé… ¿Verte? ¿Qué se yo?
- Y… Pretendés que no… Que no pasaron diecisiete años. Nos distanciamos, nos acercamos y… ¿Seguimos en el mismo lugar? ¿Cómo si nada?
- No.
Hace diez minutos compartíamos una picada, hablando de bueyes perdidos y anécdotas inocuas, parecía… Hasta ví como nos observaba su mujer desde la cocina, con una cierta complacencia de que dos necios hubiesen perdido de improviso su necedad, pero… Un vacío de diecisiete años es demasiado vacío y no se obran milagros para sanar la necedad de los necios.
- Tenés razón… Quizás… Quisiera que estos años, simplemente, desaparecieran, pero… No, las cosas no son así.
- Y ahora querés recuperar el tiempo perdido…
- No seas… Me conocés… Lo que se perdió se perdió, no tengo más ganas de seguir perdiendo, nada más…
- Claro… Cómo vos no tenés más ganas…
El tono se vuelve desafiante, hiriente, debo elegir las palabras.
- ¿Y vos querés perder otros diecisiete años?
Su cuerpo lanzado contra la mesa retrocede unos centímetros, rebufa un poco, mueve la mandíbula hacia un lado, hacia otro, hasta que tiene una respuesta.
- No… No. Te quiero, hijo de puta o… Quiero a ese que conocí, pero no sé… No sé si sos, ya no lo sé.
“Yo sigo siendo el mismo” pienso en decir, pero…. No es verdad, sencillamente, no es verdad.
- Cambié… Cambié mucho, no… No sé si queda algo de lo que conociste, no… No sé, me dijiste… Me dijiste que yo me veía como el ombligo del mundo y… Ya no es cierto, simple… ¿Sencillamente? Deje de ser mi centro y… No sé, en algún momento me extravié, me perdí a mi mismo y… No sé, no sé si “a ese” que conociste, si “a ese” aún está.
Se calla el tiempo suficiente para sacarme otro cigarrillo.
- ¿La extrañas?
- A…
- No te hagas el boludo… A la piba, fue con la única que… Estuviste en serio.
- No… No la extraño, me falta que es muy distinto, simplemente, me falta.
- ¿Y querés que te de algún consejo mágico?
Otra vez tiene un dejo de ironía brutal y desalmada.
- No puedo. ¿Qué te voy a decir…? Hace diecisiete años… Puede ser. ¿Ahora?
- No… Tenés razón. No podés, ya no… Ya no soy el mismo.
- ¿Sabés…?
- ¿Qué…?
- Ahí… En el fondo, en el mismo fondo no sos un hijo de puta, en ese mismo lugar, está el mismo Marcos de siempre. Ahí estás….
- ¿Y…?
- Qué te quiero.
Una sonrisa, otra, cada uno toma un vaso, apura un trago y gira rápidamente la cabeza hacia el costado opuesto. Ciertas sensibilidades son así, no conviene buscarle más vueltas ni interpretarlas, simplemente son, en un fondo profundo de sí mismos, simplemente, están.
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