sábado, 16 de enero de 2010
Capítulo 14: Perdoname
Duerme plácidamente, logré deslizar el brazo sin despertarla y ahora recorro de punta a punta el dormitorio. No hay problemas con que caiga el cornudo, está en el campo atendiendo los caballos del equipo de polo, según me dijo Clara, a veces, muy de vez en cuando, tengo cierto fastidio de que se halla casado con semejante pelotudo… No es que sea cornudo, eso es un accidente bastante más habitual de lo que creeríamos, tampoco que hasta el guardia de la garita sepa que es un venado y el tipo ni se entere… El problema es esa obsesión de mierda que tiene con los caballos, las chombas, la ropa de campo… En fin, el problema es que es un soberano boludo con el que no podés hablar tres palabras sin que te den unas urgentes ganas de garcharle la mujer en la pieza de al lado, un rapidito, nada más para vengarte de haber tenido que soportar cinco segundos con su inverosímil estupidez.
Bueno, los gustos de Clara son los gustos de Clara. Después de todo, se casó conmigo, habrá que ver que me vio… Bueno, además del pequeño detalle que nadie se la coge tan bien como yo, y no se vaya a creer que es de puro agrandado, después de separados, coincidimos en una de las “fiestitas” de Mariano Lerma y, sinceramente, con otro no acaba ni parecido a cómo acaba conmigo. Parece que realmente cojo bien, bueno, también me lo dijo esa “starlette” porno que conocí en otra “fiestita” de Mariano, pero, en fin, el cuento del “tragaleche” ese, es otro cuento y no éste. ¿En qué estaba…? Cierto, después de todo se caso conmigo, bueno, quizás se haya dado cuenta que los boludos son más recomendables que los hijos de puta alérgicos a la intimidad.
Sí, puede ser que sí. Me lo imagino al boludo… ¿Cómo se llamaba? Tenía un nombre cheto, de jugador de polo, que después de todo es lo que es… ¿Huberto? No, boludo, ese era Roviralta… También lo conocí un par de años antes que se muriera, en una “fiestita” de Mariano, para variar… ¡Cómo tomaba viagra ese cristiano! Nadie resulto muy sorprendido que le pegara el “bobazo”, pero… Bueno, aunque, cuando lo conocí, ya estaba bastante decrépito, el cheto ese tenía “onda”… Fiestero, el jovato… Y ya me fui de vuelta… ¡Bautista! ¡Carajo y la puta que lo parió! Se llama, Bautista, creo que Bautista Facundo con un apellido vasco demasiado largo y que le hace juego con el caballo.
En fin, en fin… ¿En fin…? Sí, el tema es que se casó conmigo. ¿Qué necesidad, no…? Eso no es sólo un buen polvo o, modestamente, una interminable seguidilla de polvos memorables, debe haber sentido algo por mí… No vas a casarte con alguien por… Por… Bueno, por mucho tiempo, sólo porque, con total y absoluta modestia, coge soberanamente bien.
- ¿Ya empezaste…? – dice sin terminar de abrir los ojos
- ¿Empecé? ¿A…?
- A… Bueno, lo que sea que hagas cuando haces esto.
- Caminar… Camino… Estiro las patas…
Vuelvo a sentarme en la cama mientras agito los brazos y subo repetidamente los hombros como si no supiese de qué habla, pero lo sé, solamente que no lo acepto.
- ¿Sabés…? ¿Clara? Me estaba preguntando… ¿Por qué te casaste conmigo?
- ¿Yo…? Porque estaba enamorada… ¿Vos…?
Los silencios suelen ser incómodos, sin embargo, existen silencios incómodos y este silencio que define una nueva categoría en sí misma.
- Dejá… Ni lo intentes… Nunca aprendiste a mentir, engañás como nadie, pero mentir… Mentir no sabés… – dice pesadamente mientras se reincorpora contra el respaldar y frota insistentemente sus ojos para desperezarse de un sueño interrumpido porque he logrado un nuevo atentado contra cualquier resquicio de intimidad.
Apenas respondo con una sonrisa resignada y alzando por enésima vez mis hombros hacia la nada, resulta como aquella fábula del escorpión y la rana, algo en mi naturaleza que, simplemente, no puedo evitar…
- Perdoname… Te jodimos la vida.
- ¿Quiénes, Marcos?
- Tu viejo y yo… Te jodimos la vida… Perdoname, de mi parte, perdoname, no... En fin, no te lo merecías.
- Vos no… Mi viejo… Puede ser… A vos te elegí, lo que me hice me lo hice yo solita, con mi viejo, no, ahí no puede elegir, pero tampoco es que me jodió… Es lo que es, con vos, en cambio, me engañé o… Quise dejar que me engañarás… O no, tal vez, ni eso, tal vez, vi sólo lo que quise ver.
- ¿Qué viste?
- Algo que no sé si está, estuvo…– la voz, lentamente, se le suaviza y recupera el tono que las palabras tienen cuando son dirigidas a alguien que, si bien no es íntimo, es, al menos, cercano – Era una pendeja de veinte, estudiando letras y que fue a una charla organizada por el Centro de Estudiantes con dos carcamanes y un autor joven que sacó una novela que había terminado de leer justo esa semana, ahí estabas, aún más joven por el contraste, enfundado en una chaqueta verde, con muchos bolsillos como las militares, con jeans y unos borceguíes marrones… Los carcamanes hablaban más y más sin que nadie los escuchara, mientras vos te desparramabas sobre el asiento, acariciabas tu barba y la melena te tapaba el rostro…– deja escapar una risa pequeña y suave como el tono que su voz ha tomado – Nadie entendía que hacías ahí, parecías tan fuera de lugar como el Che en la OEA. ¿Te acordás…?
- Casi… Era una charla sobre… “Literatura y compromiso político”, creo… Sí, eran dos dinosaurios, uno del PCR y el otro trosko que seguramente escribían para la mierda, por eso nadie les compraba un libro y no por la “exclusión que el aparato ideológico del Estado burgués opera sobre los autores revolucionarios” – no puedo evitar la carcajada.
Eran unos pibes de una agrupación independiente, los conocí por viejos compañeros de militancia y… ¿Sinceramente? Nos juntábamos a fumar caños y tomar porrones mientras hablábamos de la nada, habían armado la actividad con sus aliados del Centro y no tenían a quien poner en el panel, me preguntaron si “me copaba” que era para no “hacerle el caldo a los zurdos de mierda” y… Fui de caradura, al otro año armamos un seminario sobre “Literatura contemporánea popular”, inventamos la categoría fumándonos un porro y era un pretexto para hablar de Arlt, Soriano, Walsh… En fin, todas las cosas que nos gustaban, fue lo último que hice… A mitad de año, ellos se colgaron y yo… Perdí la pasión.
Sonríe y disminuye la distancia que nos separa desde mi “atentado”.
- ¿Sabés…? Precisamente, después que esos dos aburrieran con un repaso de toda la literatura universal, te levantaste, agarraste la botellita de agua mineral y terminaste las últimas gotas tomándolas del pico, moviste el cuello como si quisieras descontracturarte y hablaste de la pasión, primero, con suavidad, después, cada vez más intenso hasta que sentía que me empujabas a un orgasmo de sólo oírte deslizar palabras en ese tono firme pero propenso a las inflexiones, que repentinamente descendía sólo para tomar impulso … Te deseaba, sentía tus inflexiones susurradas a mi oído al tiempo que cargabas salvajemente contra mi vientre… Me enamoré, nos enamoraste…
- Entonces… ¿El polvo que te pegué después? No tuvo nada que ver…
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