domingo, 3 de enero de 2010

Capítulo 13: El pastel de las paredes

Posted on 12:44 by Jorge

¿Por qué siempre tiene razón? Me encantaría porfiarle, tozudamente discutirle y demostrarle que se equivoca, pero Víctor siempre tiene razón, o… Bueno, parte de razón siempre tiene, reconozco mientras el ventanal del dormitorio muestra la estéril elegancia de “Las cañitas” y un leve escozor me hace rascarme furibundamente la nalga derecha.
- Sos un asco.
Apenas giro la cabeza para esbozar una media sonrisa y encoger los hombros ante la cada vez más deseable desnudez de Clara, fumando su enésimo cigarrillo, mientras una blanca sábana de seda cubre, caprichosamente, sólo la mitad inferior de su cuerpo.
- Pero cojo que da gusto – mascullo antes de tirar el Parissienes con la no tan secreta esperanza de ocasionar un incendio en esta careteada de mierda.
- Sí… La verdad que cogés bien… Muy bien…
- Modestamente.
Inspiro, exhalo. Al igual que cuando jugaba al fútbol y hacíamos ejercicios de respiración, después, en el partido, siempre olvidaba la correcta forma de hacerlo. Giro, vuelvo a girar, remonto veinte veces en cinco segundos el mismo metro cuadrado hasta que decido sentarme a los pies de la cama con la mirada perdida en algún punto del tono pastel que exudan estas cuatro paredes.
- Cogés bien, pero tú problema es que acabás…
- …
- Manejas la intimidad para la mierda, querido.
- ¿Por…?
- Dale, dejate de yirar y acostate… O andate… O cogeme de vuelta, lo cual, no es una cosa que…
Me doy vuelta y dejo caer mi pecho sobre la parte inferior de la cama, una nueva media sonrisa mirándola a los ojos antes de perder mi vista nuevamente en el pastel de las paredes.
- Estás buena, Clara, la verdad que estás buena… En fin, no venía para esto, pero… ¿Viste? Las viejas mañas nunca se pierden, je.
- Ay… Qué dulce – dice con un tono irónico que por cinco segundos me hace acordar al hijo de puta de su padre y, luego, al sexto segundo, comienza a generar una saludable calentura que me hace correr la blanca sábana y depositar mis labios en su entrepierna por segunda vez en la noche.
Se retuerce en una cadencia cimbreante entre el vigor y la fragilidad, toco apenas su clítoris con la parte inferior de mi lengua, una, dos… Tres veces para cerrar mis labios sobre él y rozarlo apenas con mi dentadura, siento la húmeda lubricación que crece en dirección a mis papilas gustativas con la misma intensidad en su mano deseosa me toma de mis cabellos apretándome contra su entrepierna, sigo, sigo y sigo hasta que no soporte un segundo más sin ser penetrada, hasta que pueda deslizarme hacia el interior ardiente de su vientre. “Cogeme… Cogeme” suspira en un entrecortado gemido, me apoyo sobre mis rodillas para introducirme apenas, suavemente, despacio y, de improviso, invadir en toda mi longitud el interior de su vientre. Un gemido ahogado precede al fervor de sus uñas hincadas en mi carne, la tomo de la cintura y la traigo con fuerza hacia mí… “Mi amor”, creo oír en un gemido y, por un instante, pierdo el deseo y las ganas antes de que mi inmensa capacidad de olvido haga su infatigable tarea sobre aquellas dos palabras que molestan a mis placeres.
¿Veinte minutos…? ¿Media hora? Lo cierto es que esta fricción debe finalizar en algún momento, sus ojos almendra fijos en mi rostro, que sigue observando ese mismo punto en el pastel de las paredes, los temblores que contraen su vientre contra mi miembro, la respiración ahogada en un jadeo inclemente… Debo verter mi simiente, desea sentir su ardiente e inútil carrera por su húmeda cavernosidad, necesito concentrarme, tomo su cabeza y fijo mis ojos en los suyos para contribuir a su ahogo con un beso de simulada pasión, la vuelco hacia el colchón para iniciar una vigorosa y desesperada tarea que… Sí, final y lánguidamente, acaba.
Busco no huir esta vez, me recuesto a su lado tras hacerle una caricia en la mejilla, decido que debo esperar un rato antes de buscar un cigarrillo, esta vez intentaré someterme a sus tiempos, se acurruca sobre mi pecho entre risitas nerviosas y miradas cómplices que me echa, le devuelvo mi repertorio de medias sonrisas y busco mantener un jadeo constante para simular un cansancio que oculte el desgano que me asalta, son apenas unos interminables minutos hasta que se incorpora para lavarse, se ausenta, por fin, dejando su estela de risitas nerviosas y otra mirada cómplice que lanza sin querer que yo me dé cuenta, respiro, ya normalmente, y busco un Parissiennes que encender, vuelvo a recostarme como si esperase su vuelta, aunque no haga otra cosa que desear un escape hacia ningún lado, pero me recuesto e intento atraer el sueño, será un largo día, nuevo viaje a Rosario y… No sé, pero será una larga jornada.
Vuelve del baño, una zonza sonrisa no se le aparta del rostro, dejo mi brazo extendido como si desease lo inevitable del contacto, sus risitas nerviosas prosiguen mientras juguetea con los escasos pelos de mi pecho, repite hasta el hartazgo un rito donde sus ojos almendra se posan en mi rostro para, acompañados de otra de esas risitas nerviosas, luego esconderse en mi pecho. Lo repite y lo repite hasta que tengo ganas de abofetearla, ganas que disimulo en el silencio y una nueva media sonrisa que entrego.
Que se duerma, tan sólo que se duerma y deje a yo mismo pueda buscar una somnolencia que me aleje de ese punto en el pastel de las paredes.

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