sábado, 2 de enero de 2010
Capítulo 12: El circo trashumante
Apenas si me parece aprehensible, la sensación deambula inconsistente entre los vahos de ginebra que la petaca vacía ha dejado en nosotros, nada aquí me es extraño pero todo aquí me es ajeno.
La conversación no siguió ni mejor, ni peor, simplemente se fue descarrilando hacia relatos de un pasado tan lejano como inocuo, vaciando lentamente la ginebra en mi petaca para quedarse en la inútil remembranzas de bueyes perdidos en algún camino que nunca, realmente, transitamos. Todo, se desliza hacia ninguna parte, no emergen pistas esclarecedores que guíen mis pasos trashumantes detrás de algo que simplemente no sé o, quizás, no recuerde. Parece que mi mente se perdiera en la gélida apatía con que paso frente a la “U”, ni el resquemor ante el peligro amenazante de pibes jugados, ni la indignación a flor de piel porque esos pibes tengan que estar jugados, ni nada más que esta ajenidad que me corroe hasta los huesos.
- ¿Sabés, Gordo? Quizás me topé con una respuesta… Deje de ser, tan sólo deje de ser, y… En fin, ya no es posible reencontrarme, estoy buscando a otro, lejano, que se ha quedado en algún punto. Un viejo conocido, nada más que eso, busco a un viejo conocido del que hace tiempo que no sé nada.
No pretendo que el Gordo comprenda este divague, sólo necesito decirlo en voz alta mientras seguimos remontando Necochea hasta 24 de Setiembre, nos despedimos con un abrazo, me pregunta si no quiero pasar a saludar al Alemán. “Prefiero no tener a negarme a lo que sea de que vaya a intentar convencerme, me quedo unos días, quizás después podamos hacer un asadito…” Dejo en el aire, para no decir que tardaremos mucho tiempo en volver a vernos, antes de tomar 24 hacia Ayacucho, cuando cruzo Colón me sorprende la miseria que allí se desgrana, me sobresalta dentro de la misma apatía que no puedo explicar cuando pienso en ese conocido lejano que estoy buscando. No era como soy, no lo era… ¿Qué alejó a este Marcos Sarría de aquel? ¿Cuándo…? Prendo un cigarrillo antes de rumbear hacia la Esso de Seguí para comprar una ginebra que recargue la petaca. Inspiro, exhalo, echo una rápida ojeada hacia el lado de Quintana para asegurarme que no venga ningún auto, creo ver a Cuca, creo que es, y creo que él también me advierte, es un segundo a la distancia, dos entidades tratando de dilucidar si el otro es el otro o no es más que un recuerdo pasajero de alguien que ya olvidamos, como caballeros, tan sólo nos ignoramos y seguimos nuestros rumbos sin atreverse a preguntarnos.
Apenas ingreso al playón de la Esso veo estacionado uno de los taxis de la City, casi sin meditarlo preguntó al tipo, que en su interior toma apresurado una botella de agua, si está libre, me subo y le indico “a la Terminal”. Remonta Seguí, Oroño, el Parque y sale a Pueyrredón para tomar Santa Fe hasta Caferata, extiendo el billete sin esperar vuelto. “Dejalo”, alcanzo a mascullar antes de cerrar la puerta, marcho con la mayor rapidez posible hasta las boleterías y saco pasaje en el primer bondi a Baires, una llamada rápida a Víctor para que me espere en Retiro, así, como detesto las despedidas, me agradan las bienvenidas.
Si estoy buscando a ese otro lejano debo hallar alguien que nos conozca a ambos, alguien que fuese testigo de cuando nos separamos… Quizás me equivoque, tal vez ya estábamos separados cuando le conocimos, pero creo saber quién puede guiarnos hacia donde es que estamos cada uno de nosotros… El otro y yo, yo y el otro.
No debo esperar mucho, un Sierras de Córdoba sale en quince minutos, subo y recuerdo que olvidé la laptop en el hotel, bueno… Mañana vuelvo y la recupero, después de todo pagué una semana adelantada y no es mi primera vez en el Oviedo, ya saben de mi talento para el escapismo. No, no es eso lo que me preocupa. Reviso la gabardina buscando el block de notas, siento alivio al tantearlo junto a la birome, aún puedo dejar constancia de cualquier rapto, aún puedo escupir estas ideas desbaratadas para intentar ordenarlas, aún puedo… Pero quizás no puedo, un sopor me invade al sólo hecho de acomodarme en el asiento, el sopor cierra los ojos que al abrirse verán la sombra inclemente de la Villa 31, apenas tengo unos minutos antes de llegar, intento despegar los párpados mientras busco el block, aún dormido, anoto: “Al otro, estás buscando al otro”, antes de advertir a Víctor con su mueca inclemente desde el andén.
- ¿Ya volviste?– pregunta casi sin dejarme descender
- No, en realidad, no… A la madrugada vuelvo a Rosario, es que me olvidé algo que necesito.
- ¿Además de la cordura?
- Je, je, je… ¿Así recibís a un amigo que viene de viaje?
El rostro de Víctor es lapidario.
- ¿Cuánto hace? ¿Menos de cuarenta y ocho horas que te fuiste…? No me diste tiempo a extrañarte demasiado, créeme… Dale que te llevo al departamento.
- No, Víctor, llevame a “Las cañitas”…
Nuevamente, el rostro de Víctor es lapidario.
- ¿Vas a…? ¿Tiene lo que sea que…?
- No, no... Es… Necesito hablar unas cosas, algunas dudas sobre la novela y…
- Con… Hablarlas con…
No sé si es que soy muy poco detallista y nunca advertí esta característica de Víctor, pero juraría que jamás ha realizado tantos ademanes ni pasado tanta veces su antebrazo frente al rostro en señal de desaprobación.
- Mirá, es que…
- Escuchame… - pasa su mano por el rostro como buscando calmarse – Vos sabés mejor que yo, que… No van a hablar un carajo con…
- ¿Por…?
- Porque siempre terminan de la misma manera… ¡¡¡Siempre!!!
- Dejate de joder, Víctor.
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