miércoles, 20 de enero de 2010

Capítulo 18: Para no decir que sos un pelotudo

Posted on 6:33 by Jorge

¿No habrá modo que la luminosidad del mediodía no lastime a estos ojos que recién se han despabilado? No, parece que no hay, al entrar, tiré el cigarrillo más por pura costumbre que por obligación, tengo la sensación que si entrase con un lanzallamas tampoco podría sortear la sucedánea apatía del digamos que recepcionista. No me gusta coger, no disfruto coger, no gozo coger… ¿Por qué mierda cogeré, entonces…? ¿Por necesidad…? ¿Será como comer…?
Necesito coger, es una compulsión, y… Simplemente, no lo disfruto, acabo, me despido de la acompañante de turno y, al sólo darme vuelta para dejar atrás esa puerta cerrada, tengo más ganas de coger, ganas que, por cierto, van acompañadas de una… ¿Irremediable? Sí, irremediable repulsión a volver a coger con la persona que acabo de coger cinco segundos atrás. Mierda, extraño a Víctor…
Seguramente, me lanzaría una mirada de desaprobación, haría un silencio breve e impávido diría: “Lo que pasa es que tenés ganas de coger con alguien que no podés”. Yo le devolvería una pretendida sorpresa e, incluso, algún grado de conmoción ante tal afirmación, para que me explicase por enésima vez que ya hace casi quince años que no cojo, sino que simplemente, sobre vientres diversos y, ocasionalmente, tetas, rostros y bocas, descargo una especie de sobrecarga de espermatozoides que, según pareciera, me impide levemente la movilidad al hacer que mis huevos pesen una tonelada. Con la misma impavidez, Víctor diría: “Es eso, para no decir que sos un pelotudo”.
Bueno, bueno, lo extraño, pero si Víctor estuviese aquí, seguramente, él hubiera explicado mi problema y no tendría que estar renegando con el teclado de la laptop para ver si puedo descifrarlo. En definitiva, lo cierto es que estas excursiones de sexo ocasional, libertino y autoflagelante, lo indicado es dos polvos, tres es un exceso y el cuarto es un craso error… Un craso error, porque ya implica algún grado de relación y, al menos, un intercambio gentil de números telefónicos que colecciono en mi celular para saber que llamada no atender jamás de los jamases. El sexo ocasional está reglado por las cajas de preservativos.
¿Cuántos preservativos vienen en la caja? Tres. Usar uno es casi un desprecio, para ello convendría irse con una prostituta y listo, resulta, digamos, demasiado impersonal. Tres es demasiado, demuestra un fervor sexual excesivo, lo cual puede corresponder a dos vertientes igualmente desventajosas. Por un lado, el fervor excesivo responde a un largo período de abstinencia que nos revela ante la dama en cuestión como los auténticos pelotudos que somos, mucho antes de lo necesario y restringiendo severamente las posibilidades de repetir la experiencia ante un período de necesidad. La segunda y quizás aún más perjudicial, es que la dama nos genere un grado de excitación mayor al que acarreamos diariamente, en ese caso, la dama sabrá inmediatamente que nos tiene agarrados de los huevos y someterá nuestra sexualidad a sus caprichos, los cuales, siendo mujer, creanme, son exponenciales al infinito.
Dos polvos es lo indicado, la dama no es tratada como un yiro, útil sólo como recipiente para alivianar una agobiante sobrecarga de espermatozoides, ni tampoco revela que nuestro grado de calentura es tal que la dama puede hacer con nosotros lo que se le antoje. Dos es lo indicado, tres se puede pilotear, pero el cuarto… El cuarto…
Está bien, fue un mañanero, que casi ni cuenta como polvo, pero el problema principal es que el cuarto… El cuarto… El cuarto es “a cuero”. No hay más forros en la cajita, ya después del tercero llegaste a un grado de “feeling” sexual que no da para decir “pará que voy a buscar forros”, simplemente no da, así que se sucede esa puta y elemental mirada que quiere decir “ma’ sí, dame a cuero”. Ahí está la cagada, ya implica una cierta confianza, una cierta intimidad que necesariamente conlleva un grado de relación, aunque minúsculo, pero relación al fin, y, en definitiva, ese hecho, te obliga a tener que atender el puto celular cuando te están llamando. El cuarto polvo es una reverenda cagada.
Me tengo que ir a comprar ropa, toda la pilcha apesta y traje para dos o tres días como mucho… Tengo que ir a comprar ropa y llevar el resto a un lavadero, es sencillo, y comprarme un bolso de viaje cómodo, porque no voy a poder andar con todo eso en bolsitas… No, tengo que ir al shopping… No, no da para que recorra todo el shopping con el celular sonándome cada cinco minutos porque le pegue un puto mañanero a esta pendeja enferma que ya llamó tres veces… Voy a tener que atender, voy a tener que atender… Pero… Estoy laburando en una conchuda novela que ni empecé y que le tengo que entregar al hijo de mil putas de Alejandro, si la atiendo, voy al shopping tranquilo pero no voy a poder escribir tranquilo.
¿Otra vez…? ¿Otra vez, pedazo de enferma?
- Sí… Ah, Andrea… Sí. ¿Cómo voy…? No, que me estaba bañando… ¿Esta noche…? Bueno, puede ser… ‘Ta bien, dale…
No entiendo porque creo sentir un susurro a la distancia, algo que suavemente me murmura al oído: “Para no decir que sos un pelotudo”.

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