miércoles, 14 de octubre de 2009

Capítulo IV: Un ateo en la parroquia

Posted on 15:15 by Jorge

Detesto los ascensores modernos, se supone que es por seguridad pero prefería esas rejitas que permitían ver el tránsito entre cada piso. Se cierran el portalón metálico y uno no puede apartar la mirada del indicador digital que señala que has pasado de la Planta Baja al piso 1 y así sucesivamente hasta el 15, momento en que el casi imperceptible movimiento del ascensor se detiene absolutamente para dejar espacio a la eternidad de instantes que tarda el portalón metálico y automatizado en abrirse al vidriado lobby de la editorial. En ese instante, salto desesperado del encierro, casi sin prestar atención al hecho de que he atropellado a Víctor mientras él también se disponía a escapar de ese cubil.
- Tan apurado vas a estar… – me dice con cierta displicencia
- No te ví – contesto antes de redirigir mis pies por el lobby rumbo al escritorio de Liz, la estilizada, insípida y comprobadamente frígida modelo frustrada que hace las veces de secretaria a Alejandro.
Su atención es tan indiferente como su práctica del sexo oral, no es que lo haga mal… “Técnicamente”, digamos, es irreprochable, pero resulta tan impersonal que uno se topa con una erección notable pero totalmente carente de excitación, algo similar a cuando te levantás duro como una piedra sólo porque, durante el sueño profundo, has acumulado demasiada orina en tu vejiga.
“Un segundo, Marcos”, señala antes de dejarnos pasar a la oficina, tan moderna como siempre, aunque, esquivando la vista a la insoportable panorámica de Puerto Madero, creo reconocer una nueva pieza de esa cosa que llaman arte conceptual. Me acerco a la pieza y leo apresurada firma. “Oberti”, leo y sonrió. “Ladri”, pienso mientras recuerdo algún tiempo distante.
Víctor acepta antes la invitación a sentarse, mientras yo me dirijo al minibar de la oficina para hacerme de un vaso donde verter un poco de vino.
- ¿Cómo le va Sáenz?
- Marcos me insistió en venir… – se apresura en explicar
- Ya sabes, Alejandro… Estoy cada vez más arteriosclerótico y tengo miedo de olvidarme de algo importante
La conversación toma el rumbo imaginado, hacia ningún lado. Alejandro está dando un rodeo para hablar de lo único que le interesa: la renovación del contrato.
- ¿Vieron las críticas?
- sabes que no soy de leer diarios...
- Sí, bastante buenas... – acota Víctor.
- ¿La del diario nuevo ese? ¿Ese medio zurdo, vistes...?
- ¿Comunidad? – sigue acotando Víctor en su rol de empleado complaciente – Sí, algo recargada, pero muy buena... No sé, eso de hablar de los “giros kafkianos” de Marcos...
- ¿Cómo? – interrumpo – ¿De dónde mierda sacaste eso que me parezco a Kafka? ¿Viste algún personaje de mis novelas convirtiéndose en cucaracha...?
- No... No, pero, tus relatos tienen una cierta densidad que... Bueno, en fin, traen algún que otro remedo al estilo de Kafka, tampoco, por lo menos para mí, son para hacer una comparación exacta, pero, sí, se puede hablar de algún “giro kafkiano”...
- Sí, bolú, mi novia dice eso. Calcado, bolú… – señala Alejandro con su habitual cerebro de hormiga
Ya que tengo “giros kafkianos”, voy a escribir algo sobre una hormiga que se ha convertido en director de una editorial. De refilón descargo la mirada más penetrante que pueden coronar mis cejas con su remedo de sangre mora. La novia de Alejandro es una modelito venida a menos de veintitantos, recuerdo con cierta brevedad cuando Valeria Mazza salió defendiendo a Pinochet, y, tengo alguna que otra gana de partirle la cresta a este pelotudo...
- Pero, bueno, Alejandro... ¿Qué mierda querías?
- No, vistes, nada urgente, tampoco, pero me están preguntando los...
- ¿Qué mierda le pasa a los gallegos?
- No, nada. ¿Vistes...? Están un poco preocupados, a mediados del año que viene vence el contrato y... ¿Vistes...?
- ¿”Vistes”, qué? – mi conocido malhumor comienza a incomodar a Alejandro más de lo que habitualmente se incomoda cuando discutimos sobre negocios.
- No, que todavía no cumpliste, entonces...
- ¿Y...? Faltan seis meses. ¿No? Para ser técnicos, es medio como obvio que el contrato no expiró.
- Sí, pero… Te comprábamos los derechos de las dos primeras novelas y tenías que escribir tres más con la firma, y… ¿No? Ya hace cuatro años que presentaste tu última novela y… En seis meses. Tienen medio dudas de que cumplas. ¿No?
- Faltan seis meses, la quinta va a estar en seis meses. ¿Nada más?
- Pero, cómo que se sentirían un poco más seguros si ya firmases la renovación...
- Faltan seis meses, en seis meses, vendré y firmaré. Pero, en seis meses...
- Pero... sabes que no hay tiempo para todo el proceso de editar un libro. ¿Vistes...?
- Mira, Alejandro, yo me desobligo entregándote el original de algo que mínimamente pueda llamarse novela, lo demás... Corre por cuenta de ustedes, Ale.
- Sí, pero...
- ¿Víctor es mi secretario? Negocia con él...
- No es tan exacto... – señala saliendo de su silencio, y, ante la evidente incomodidad de que me contradigan, continúa en su postura – En realidad, sí, te hago de secretario, pero soy empleado de la editorial... Soy corrector, mi ocupación principal sos vos, y, como yo no tengo exclusividad, además te hago de secretario, pero, entenderás que hay un conflicto de intereses...
- Problema tuyo, Víctor, que este alcornoque te haga llegar la propuesta de contrato y que no se joda más.
- Un segundo... – Alejandro deja su tonalidad recoletísima para dejar salir ese acento del muchacho del Abasto que realmente es – Conmigo, todo bien, pero con los gallegos... Me están rompiendo los huevos, tenés adelantos como para cancelar un contrato nuevo... Si firmas, todo bien, pero si no... Se convierten en deudas con la editorial. ¿Entendés...?
- ¿Me estás apretando...?
- No, bolú... – y ya le volvió el recoleto extendiendo indefinidamente la última sílaba.
- ¿Entonces?
- Nada más te digo como viene la cosa con los gallegos, bolú.
- Mira, Ale, la cosa es sencilla... En seis meses tenés la quinta, la renovación, otro tema. ¿Estamos...?
- ¡¿Qué no pensás firmar?! – y le vuelve el muchacho del Abasto
- Todavía no hay ninguna puta oferta, no hay un puto borrador. ¿Qué mierda querés que firme, si no hay un ojete?
- Ja, ja. Qué visceral...
- “La Nación” lo llama “excéntrico”… – agrega Víctor
- Dale, bolú, sabés que no vas firmar para otra editorial, las otras no pagan tanto. Además ahora también lo tenemos a Henao...
Prefiero callarme la boca y no lanzarle la cantidad de improperios que estoy pergeñando tras tan sólo oír el nombre de ese viejo puto e impotente
- Sí… Me lo suponía... En fin, en seis meses tenés la quinta, dejame trabajar en paz y dale el papelerío a Víctor. ¿Eh...?
- Ningún problema, bolú
- ¿Vamos, Víctor?
- Andiamo... Hasta luego.
Subimos al ascensor y bajamos los quince pisos en completo silencio, recién al llegar a la calle Víctor señalo:
- No vas a renovar un carajo.
- ¿Vos sos mi amigo?
- Sí.
- ¿Entonces, para qué me contradecís con ese pelotudo?
- Dos divorcios y cuatro hijos, necesito el laburo... Ahora, ¿vos sos mi amigo?
- Sí, tenés razón, perdoná... No me la tengo que agarrar con vos, perdoná.
- No hay drama, pero, contestame, vos no pensás firmar un carajo
- ¿La verdad?
- La verdad.
- No creo, tengo ganas de volver a escribir...
- No te preocupes que no me voy a poner a descifrar tus mensajes crípticos, además ya te conozco demasiado, ahora me preocupa otra cosa.
- ¿Qué?
- Cómo mierda vas a terminar una novela en menos de seis meses...
- Dios proveerá...
- ¡¡Sos ateo!!

No Response to "Capítulo IV: Un ateo en la parroquia"