viernes, 9 de octubre de 2009

Capítulo III: Matrimonios y algo más

Posted on 16:56 by Jorge

“Inútiles, no saben ni mierda de marketing” resulta mi primer pensamiento al despertarme en una cama que inmediatamente advierto como ajena. Debo hacer algo con la cantidad de saliva que produzco, además de lo repulsivo que resulta levantarse con el rostro hundido en ella, sinceramente, un día de estos amaneceré ahogado. Bueno, no recuerdo demasiado de anoche, y mucho menos de quien puede ser esta cama, por cierto, bastante cómoda.
El espacio hacia mi izquierda, seguramente, no es por donde sigue el lecho. Dos botellas de whisky, mi “Cuesta del Madero”, el saco, la gabardina y mi calzoncillo coronando una botella de vodka. ¿Dónde estará el resto de la ropa? En fin, ya veré, ahora debo fisgonear hacia mi derecha para saber de qué se trata el bulto que siento de ese lado. Bien, diría que la sorpresa resulta más que satisfactoria, acurrucadas como gatas se extienden la cuarentona y una negra exuberante, aunque, bueno, recordar… En fin, aunque mi recuerdo de cómo llegaron hasta allí es directamente proporcional al de mi propia llegada, el sereno semblante de ambas hace bendecir estos genes traídos de mi Rosario y rezar dos Padre Nuestro a la memoria del “Negro” Olmedo...
Intento no despertarlas mientras me incorporó, busco el resto de la ropa y encaro raudo hacia la puerta de calle, con la certeza de que la cama era de la cuarentona y, por el aspecto de la habitación, seguramente encontrare personal de servicio para que me abra. Efectivamente, mis instintos no traicionan, tras atravesar el gran estar y cruzar al señor de pretendida erudición me topo con algo así como un mayordomo escapado de Europa del Este en épocas del uno a uno y que, devaluación mediante, hoy se pregunta porque demonios no fue a parar a España. Apenas tengo que hacerle una indicación para que abra, es más, diría que noto en su mirada una cierta satisfacción con mi retiro, quizás, algo tenga que ver ese recuerdo que de pronto me asalta, algo relacionado con un vaso de whisky lanzado contra alguien al que le gritaba “Ruso del orto”, y, tal vez, eso tuviese alguna relación con la cicatriz de aspecto reciente que cruza la frente del mayordomo.
Bien, la primera acción que quizás debería hacer es observar si este reloj pulsera se mantiene en funcionamiento y, luego, analizar, con dificultades ahijadas a la resaca, exactamente cual manecilla es cual y su correspondiente posición, lo que, según suele decirse, me permitiría interpretar de manera precisa la hora. Sin embargo, apenas saliendo, lo primero que advierto es una vinería en la esquina.
- ¿”Cuesta del Madero”, tiene...?
- Sí. ¿Una botella...?
- Sí, y una petaca de whisky…
Recargo la gabardina, mientras creo reconocer la Nueve de Julio. Sí, allá a tres cuadras, el incomprensible monumento a la poronga llamado Obelisco no deja que me confunda. Bueno, el sol está bastante pesado, seguramente serán las dos o tres de la tarde. ¿Por qué no miro el puto reloj? Bueno, tengo algo de sueño y no veo como llegar a Avellaneda. Ni pensar en el tren o un colectivo, no, ni en pedo... ¿Taxi? No, todavía no estoy tan cansado para gastarme ese dineral. Podría llamar a Víctor y que me buscase con el auto... No, no debe estar, mejor enfilo para Retiro y me echo una siestita en la Terminal, le dejo un mensaje a Víctor y que me rescate cuando llegue. Sí, es lo mejor, descorcho el tubo y lo bebo apresurado, cosa de no perder el rastro de Morfeo...
La reputísima madre, si alguien puede explicarme por qué todavía no tiré a la mierda esta maquinita del infierno... ¿Dónde pelota está? Cada vez lo hacen más chicos, pienso al compás del fragmento de la Novena Sinfonía que uso de ringtone... Ah... Ahí, te encontré. ¿Atiendo o corto, atiendo o corto? En fin, mi vida no es más que una serie acontecimientos donde tomo la decisión más estúpida.
- ¿Dónde te metiste, bolú? Desde esta mañana que te llamo... – la recoletísima voz de Alejandro Restrepo retumba incansablemente entre los pliegues de mi corteza cerebral severamente dañada por la furibunda borrachera que cargo.
- ¿Sí...?. ¿Me buscabas...? ¿Por...? – conteste mientras componía el mejor boludo de toda mi existencia.
- ¿No vistes las críticas, bolú?
- No, no hice tiempo.... – señalé con la no tan secreta esperanza que me hicieran mierda y este pedazo de infeliz decidiera rescindirme el contrato – ¿Qué? ¿Me hacen mierda, no…? – agregue intentando ocultar mi alegría ante semejante posibilidad.
- Pa na, ni ahí, bolú... Marcos, no tengo idea si estás mierdas las planeas o te salen así, pero sos genial vendiendo libros, bolú...
El silencio parece hacer más sórdido el húmedo calor porteño. No sólo que nuevamente había fracasado por hacer que todos esos infelices comprendiesen que me daban reverendamente en los huevos, sino que, encima, los muy hijos de puta estaban encantados...
- Joya. ¿No...?
- Sí, sí, Alejandro... Sí, bueno... ¿Nada más...? – otra muestra de que mi vida es una serie de acontecimientos donde tomo la decisión más estúpida.
- Sí – ese “sí” conlleva un escalofrío en mi espalda – Venite para la oficina, bolú...
- ¿Ahora...?
- Sí. ¿No podés...?
- Mirá, justo lo estoy esperando a Víctor para... hacer unos trámites...
- ¿A las cinco de la tarde...?
- Y... Viste como soy con los horarios, je...
- Dale, venites que es urgente...
- No, dejémoslo para mañana – y, si fuese posible, para nunca.
- Marcos, venites ya.
- No rompas las pelotas
Prácticamente deletree la última frase, colgué, apagué el celular y me puse a buscar un telecentro para llamar a Víctor... ¿Qué pelotudo de mierda habrá hecho tan ancha esta avenida del orto...?

El sueñito venía bien, supongo que algo erótico, pues cuando sentí ese fuerte zarandeo en mi hombro mantenía esa sensación de calor húmedo en la cabeza de mi miembro, no llego ni a abrir un ojo, que ya estaba señalando el puesto de revistas junto a la banca que habitualmentente utilizo como dormitorio en Retiro.
- Ahí… Marcos Sarría, ese soy yo, oficial…
- Dale, pajero, qué acá ya te conocen todos…
En lugar de la casi familiar figura del oficial Juan Guillermo Segovia, parece que el padre era del Peronismo de Base y le puso el nombrecito en honor a Cooke, contradicciones de la vida moderna, y su consabido “Señor Sarría, ya le dije que no puede dormir acá”, encuentro el metro ochenta de obesa humanidad de Víctor frente a mis ojos.
- ¿Cuánto hace que está acá, Segovia?
- Dos o tres horas… Le asigné a Roldán, cosa que no lo pelaran. ¿Vio? Hoy se le fue la mano al señor Sarría, Víctor.
- Che… Tampoco tanto… Es que me desvelé un poco, Segovia… ¿Le dije que pegué unos textos autografiados por Ortega Peña, Segovia? Para su viejo, digo…
- ¿En serio? Le va a encantar, señor Sarría…
- ¿Vio? Se lo compre a un viejo PB… El tipo tiene un puesto de DVD truchos frente a la Embajada yanky… Dos mangos, Segovia, se lo regalo.
- Uhhh…
- Sí, sí… Traéselo la próxima “siestita”, vamos, nos vemos Segovia
- Nos vemos…
- Después le traigo los textos, Segovia, hagame acordar…
Recién desperté cuando Víctor me zarandeó para que saliera del auto, no recuerdo nada del viaje hasta Avellaneda, apenas se me cruzan dos o tres fragmentos de anoche, pero aún no reconstruyo como terminé con la cuarentona y la negra, ni, tampoco, acabo de hilar muy bien el vaso de whisky volando y el grito de “Ruso del orto”, y… En fin, no es más que otro de esos días que vengo perdiendo desde hace tiempo.
Lo siguiente de que tengo conciencia es la cocina del departamento y a Víctor preparando una jarra de café que me recupere de esta terrible resaca.
- ¿Te comunicaste con Restrepo?
- ¿Alejandro?
- Sí. Te llamó todo el día, no sé que mierda querrá.
- La renovación, que firme la renovación… ¿Qué otra cosa va a querer ese hijo de puta?
Víctor se encoge de hombros, como si no supiera o no le importara.
- ¿Por qué mierda siempre le decís Restrepo al cogotudo ese de mierda?
- ¿Hm…?
- Si todos le decimos Alejandro…
- Será para vos… Mi posición es otra. En fin… Tomate un café.
- De mil maravillas, Víctor, de mil maravillas…
Entre la borrachera de anoche y el medio tubo de “Cuesta del Madero” de la tarde, la resaca se ha tornado insoportable. En fin, como decía el Chelito: “Para la resaca no hay nada mejor que seguir en pedo”. Je. ¿Qué mierda será de la vida de ese lúmpen? Bah, en fin, hace demasiado que nos olvidamos el uno al otro. No, ya no importa...
¿Hace demasiado que nos olvidamos el uno al otro? Bueno, sí, a veces importa...
- ¿Cuánto hace que nos conocemos?
Su vista recorre toda la cocina, y, como no encuentra a nadie más, supone que me dirijo a él...
- Desde Rosario, unos catorce, cerca de quince años... ¿Por...?
- No, por nada, nada más estaba divagando...
- Dejate de boludear y toma el feca, ¿eh...?
Quizás Víctor sea el único “amigo” verdadero que tenga. Nunca pregunta más que lo justamente necesario. No, que no sé malinterprete, no se trata de poca comunicación, nada de eso. Más bien se trata de saber “cómo” comunicarse. Pregunta en los momentos en que uno necesita que le pregunten y pregunta exactamente lo que uno necesita que le pregunten, lo cual, haciendo cuentas de mi comportamiento esquivo, resulta la primera de sus virtudes.
Una segunda, tal vez, sea la encomiable blandura de sus sentimientos. Sincronizado con ideal perfección a la incapacidad comunicativa que poseo, él resulta capaz de descargar todo como un maremoto. En ocasiones lo encuentro lloriqueando mientras lava los platos, no necesito más que sentarme para que largue de inmediato toda la caterva de sus sufrimientos y temores. Ante lo cual, puedo hacer uso de mis dotes de Psicólogo Ciruela, reconfortándolo la mayor parte de las veces.
Digamos, es casi la compañía ideal. En fin, si tuviera vagina en lugar de ese colgajo, un par de tetas, menos pilosidad y su rostro fuera algo menos poroso, me casaría con él.
- ¿Marcos? ¿Qué mierda hiciste anoche?
- ¿Qué pasa? ¿Querés que nuestra relación comience a ser algo menos superflua?
- ¿Superflua? ¿Cuánto hace que vivimos juntos?
- ¿Con o sin interrupciones?
- ¿Interrupciones...?
- Casamientos, viajes, peleas, y, por qué no, la conspicua práctica del microturismo...
- Ja, ja, ja... – resulta increíble que un tipo de más de cuarenta conserve la risa franca de los veintitantos – No, no... Mejor no las contés...
- Y... Doce... ¿O trece?
- Doce, cuando ganaste el premio por “La noche”...
- ¿Hace nada más que doce? Me parecería una eternidad...
- Bue’, dejate de mañas y contestame...
- ¿Qué?
- Lo que hiciste anoche...
- ¿La verdad? No me acuerdo, sé que mandé a la mierda a todo el mundo, cosa que les encanto, me desperté junto a dos minas y algo de un vaso de whisky haciendo revoluciones por el aire mientras yo profería contra un mayordomo de aspecto europeo algo así como “ruso del orto”... ¿En realidad…? Es más lo que supongo que lo que sé...
- Marcos, decime. ¿No estarás yéndote un poco de mambo con la bebida?
- ¿Un poco...?. Hace quince años me iba un poco de mambo, ahora ya me fui de mambo, de salsa, de merengue y hasta te diría que de lambada... Pero, bueno...
- ¿A qué mierda quiero llegar? – la pregunta retórica es uno de sus clichés favoritos – Qué no sé, simplemente no termino de entender, o, no, sí, lo entiendo, pero ando con ganas que me lo confirmes...
- ¿No entendés...? ¿Qué?
- A ver, a ver... En unos meses cumplís cuarenta y cinco...
- En cuatro meses y medio para ser más exactos
- En cuatro meses y medio, bien. Tenés más plata de la que podés contar. Los derechos de las novelas, el contrato con Restrepo, la guita y las acciones que te dejo tu suegro...
- No te olvides del campo en Azul.... Y la quinta de Canelones.
- Bien, también el campo en Azul y la quinta de Canelones. No te vayas por las ramas... El punto es que no entiendo muy bien, con tu edad y con tus recursos, qué mierda hacés viviendo con otro tipo...
- Hecho que tampoco habla muy bien de vos...
- Dos matrimonios, dos divorcios, cuatro hijos, soy empleado y no me queda un mango a fin de mes. Lo mío, modestamente, tiene explicación, pero, lo tuyo...
- Digamos que son excentricidades vinculadas a mi talento artístico...
- Marcos, no viviste ni un puto día sólo...
- No, cuando me divorcié de Clara, vos seguías viviendo con... y recién nos mudamos juntos a los...
- Uno, yo estaba viviendo con: Estela. Y, dos, seguiste viviendo en lo de tu suegro, que, por cierto, te quería más a vos que a la hija...
- Sí, sí... Je, era un hijo de puta, pero nos llevábamos bien.
- Entre hijos de puta se entienden.
- Y... Digamos que era una coincidencia de carácter. ¿Hm...?
- Sí, digamos eso...
- Pero, cuando estuviste casado con la piba esta...
- ¿Soy tu amigo?
- Digamos…
- ¿Te podrías acordar del nombre de alguna de mis parejas? Alicia
- Lo tenía en la punta de la lengua...
- Bueno, viviste un par de días sólo. Aunque, estuve casado tres años, y, vos, mientras tanto, cerraste el departamento y te fuiste a vivir a una pensión... ¡¡Con pieza compartida!!
- Excentricidades...
- Después le hiciste de “inquilino” a medio Buenos Aires, y, agregale los cinco meses que te refugiaste en lo de tu vieja, en Rosario. Aunque, es cierto, lo reconozco, durante todo ese tiempo, habrás estado un par de meses en hoteles, lo cual, es lo más cercano a estar viviendo solo que estuviste... Aunque, también es cierto, para un tipo que se va de viaje cada mes, ese tiempo no es demasiado...
- ¿A qué querés llegar?
- Que tenés un problema con, digamos… ¿La soledad...?
- Si estoy sólo pienso demasiado, ya sabés, me cuesta...
- ¿Y en qué mierda pensarás?
- Lo sabés mejor que nadie...
- Era una pregunta retórica... Sí, lo sé, pero decímelo vos. ¿En qué pensás?
- En ella, en esa pendeja de mierda que me cagó la vida...
- ¡¡Hace quince años, Marcos!! ¿No es hora que te olvidés un poquito de eso?
- No... Nunca es hora...
- Tenés que hacer algo con eso, Marcos.
- Sí, bajarme el medio tubo que queda e ir a dormir. Mañana me levanto temprano...

Hace dos horas que doy vueltas sobre el colchón y apenas logré una somnolencia demasiado frágil para silenciar el tráfico sobre Avenida Mitre. Siempre he tenido problemas para conciliar el sueño, al menos desde que recuerdo. No, no puedo adjudicárselo a nadie ni a nada en especial, solamente a los genes, otra de esas cosas que me emparentan demasiado con papá. Tampoco es que intente imitarlo, como supone la Turca, más bien resulta algo que vino en el paquete. Un cierto ánimo, una cierta manera suicida de enfrentar la vida...
Mejor me descorcho un “Cuesta del Madero” y le doy hasta encontrar a Morfeo. Bueno, por lo menos, es más sano que un sedante u otra de esas porquerías... En fin, mejor me visto y voy a buscar un bar. Sí, sí. No, mejor no, después me hincho las pelotas y termino en un puterío, tengo que ir temprano a hablar con Alejandro y... No, en pedo y desvelado, no resulta muy aconsejable aguantar a ese pelotudo.
Lo cierto es que estoy totalmente podrido de dar vueltas y vueltas sobre la cama. A levantarse, Marquitos y dejarse de romper los huevos. ¿Me hago un café? No, no tengo ganas de ir hasta la cocina, descorchemos un tubo y... Mierda. ¿Por qué carajo habré dejado de fumar? Existen momentos donde invariablemente se necesita salir al fresco y prenderse un cigarrillo, exactamente como en las propagandas. Un gran escenario natural, él o la protagonista disfrutando del aire puro, milésimas antes de encender el pucho... Después la rematan con la marca y el insufrible cartelito “El fumar es perjudicial para la salud”. ¿Qué bosta tendrá que ver el aire puro con un cigarrillo? Tendrían que hacer las propagandas en un cabarute, el protagonista, sentado con una copera a cada lado, enciende el cigarrillo mientras un bandoneonista veterano toca una milonga sensiblera sobre el escenario y un tipo, de fondo, se clava una hipodérmica... Sí, al menos tendría que ver con los momentos en que dan ganas de prenderse un cigarro.
Atravieso los tres metros y medio de ancho del living comedor que se interponen entre mi pieza y el balcón, corro la puerta y me poso en la baranda saboreando un cigarrillo imaginado.
No me produce un joraca, la sede me resulta insoportablemente indiferente, nada de nada… Igual el estadio nuevo, en cambio, veo una foto de la Doble Visera y un cosquilleo, un escalofrío, recorre mi espalda. Se presenta el Negro Usuriaga esa tarde en que no pudo desbordar ni una vez a ese colorado de mierda, Mac Allister... ¡Qué sufrimiento! La final de la Supercopa del ’94, una tortura, por primera vez me había decidido a hacer el viaje hasta Avellaneda para verlo de local y lo único que se me presentaba era como el Trapito Carranza y el Polillita Da Silva le daban un bruto baile al Morrón Rotchén y el resto de la defensa, todo, hasta que Gustavito López metió un pase de otro partido, Rambert picó al vacío y la punteó por encima del Mono Navarro Montoya... Ahí sí que valió la pena el viaje, si estaban Alfonsín y Storani seguro que les daba un abrazo... Es más, hasta por un momento me gustaron las canciones de Calamaro. Qué alegría, la puta madre, otra cosa que no entiendo de las minas, una de tantas...
¿Dónde estará...? ¿Qué mierda habrá sido de ella tras todos estos años, y, sobre todo, por qué carajo me lo sigo preguntando?
Me duró poco, ese 28 de junio, cuando se iba en mis brazos, se acabo todo. Recién empezaba a entenderlo, a estar “realmente” cerca de mi viejo... No, no era idílico, nada real resulta idílico, simplemente comenzaba a acercarme, nada más. No sé, quizás que por esa edad comencé a tornarme noctámbulo, a tener de manera constante este problemita con el sueño. Me quedaba dibujando o leyendo hasta las tres, cuatro de la mañana, y, el Gordo se levantaba cada dos por tres. Agarraba, cazaba la radio a transitores y ponía “La linterna” con el Pelado Reynoso, tomaba la damajuana, se servía un par de vinitos antes de volver a la cama. Ahora estoy escuchando la radio, buscando un programa como aquellos, y descorchando un tubo...
Existe algo que te acerca constantemente aunque trates de evitarlo, hay algo, una cosa debajo del pellejo, más fuerte que toda la racionalidad que cargamos. ¿Para qué mierda parecerme al viejo? “Me estoy matando y vos no podés hacer nada al respecto”, soltó su voz resbaladiza por tantos litros de vino en damajuana. Y la Turca no hizo nada. No supo, no pudo o no quiso, no sé, hace tiempo que deje de preguntarme la exacta razón. La vieja no es mala, simplemente es ella y la cruz de cada uno solamente puede cargarla cada uno. Sí... Ya tengo cruz propia.
El taxi se marchaba por Avenida San Martín mientras volví mis pasos sobre la peatonal Alberdi, quizás… Quizás, los dos sigamos ahí. Ella en el taxi y yo marchando al hostal, tomando la libretita con la dirección de Chela, y escribiendo: “La noche, lo más difícil, siempre es la noche...”
Fue tan... Tan... ¿Irreal…? De un plumazo, en dos meses, escupí ese relato que busqué durante casi treinta años, mil veces y otras mil más lo revise y volví a revisar hasta que nada de menos y nada de más se encontraba entre sus líneas, con un fibrón azul escribí “La Noche” sobre la primera página y se lo entregue a mi antigua profesora de Redacción para que lo viera... La rueda comenzó a girar sin que pudiese detenerla... El fracaso de mi existencia se convirtió en botellas de “Coca-Cola” abarrotando librerías...
- ¿Cómo más puedo demostrarlo?
Grito antes que el paso del tren ahogue las lágrimas que regurgito.

No Response to "Capítulo III: Matrimonios y algo más"