lunes, 19 de octubre de 2009

Capítulo VII: La búsqueda del tesoro

Posted on 11:38 by Jorge

Desciendo en la puerta de la terminal, Brailovsky me saluda, le dejo los textos autografiados de Ortega Peña para que se los dé a Segovia en el cambio de guardia. El Polaco apenas si lee, su vida fue de la “31” a la Federal sin escalas, igual sabe que es algo de cierto valor y promete cuidarlo, cuando lo dice el Polaco es palabra.
Apenas si he cargado el maletín de la laptop y un bolsito con una muda de ropa, no es ni más ni menos que lo necesario, en fin, hace tiempo que debo comprar algo de ropa nueva, esta será una buena oportunidad. ¿Debería haberle dicho algo a Víctor? No, no tengo ganas, seguramente desaprobaría este nuevo arranque y hace tiempo que estoy tratando de mantener suficiente distancia con el universo como para no tener que discutir nada.
Saco el boleto, doce del mediodía, quedan tres horas y pico. Pienso en llevar mis pies trashumantes a los piringundines que pululan entre la terminal y la estación de trenes, tomar un par de ginebras que me fuercen a conciliar el sueño durante el viaje, sin embargo, estoy en esos escasos instantes donde no deseo el embotamiento de mis sentidos con el fervor acostumbrado, prefiero buscar una banca y sacar la libretita para tomar alguna que otra nota, ir desgranando un poco esa hoja de ruta que se fue corporizando en el universo de impulsos digitales del Word.
¿Cómo? La pregunta es “cómo” y aún no halla respuesta. Súbitamente, la pregunta se me desliza y deseo dejarla en el aire, corrompiéndome. Me detengo brevemente en un puesto de diarios, observo con dejadez la banalidad ofertada por el mercado editorial y entre las diversas bazofias observo un ejemplar que reza “Marcos Sarría” y, en letras mayores, “La noche”. Extiendo el billete sin pensar, quizás, si debo responder a ese “cómo” sea menester recordar el punto donde he quedado detenido.
“Mi índice, apenas un temblor y esta noche se apa...” Señala irreversiblemente la última página desde hace unos catorce años. ¿Cómo partir de una muerte…? Aunque, después de todo… ¿Esta actualidad de mi existencia no ha partido de una muerte? Sí, sí… tal vez y más, hay más mortalidades que las aprehensibles. Hurgo en el bolsillo de mi gabardina buscando el atado de cigarrillos. ¿Será posible? ¿Nunca dejaré ese vano de inconciencia que me asalta cada vez que debo atesorar algo en algún lugar? Sí, vaya respuesta, un vano de inconciencia que ha perdido todo aquello atesorado. Rebusco y rebusco, aquí, en el bolsillo interno junto a la petaca… También hay unos papeles arrugados, son las notas que tomé antes de la presentación.
“Si garabateo estas líneas es buscando, precisamente, la inmaterialidad a tornar en materia, esa posibilidad de futuro que deseo trastocar en perpetuo presente...” Leo y... Tal vez, quizás, sí, tal vez… Camino los escasos metros hasta la plataforma, inspiro hondo el aire ya ni fresco de Buenos Aires antes de enrarecerlo un poco más con un hilo de humo que zigzaguea desde mi cigarrillo. Apuro un trago de la petaca mientras pierdo la vista entre los rostros inasibles del gentío. Tal vez, quizás, sí, tal vez…
“Un vano de inconciencia que ha perdido todo aquello atesorado…” Pero primero he de buscar el vano de inconciencia y, más que nada, saber cuál fue el tesoro. Tal vez, quizás, sí, tal vez…

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