miércoles, 28 de octubre de 2009

Capítulo IX: Algo mío entre la ajenidad

Posted on 5:41 by Jorge

El Hotel Oviedo sigue patético, como siempre, ni un cuarto de estrella merece esta habitación húmeda y carente de iluminación, un baño estrecho y deprimente con sus azulejos blancos y mosaicos negros, mientras el televisor, que por supuesto no funciona, preside toda la visión desde el avejentado colchón de dos plazas. Dejo un rastro de cenizas sobre el frío mosaico de la habitación, reviso la laptop que reposa sobre la ínfima mesita y compruebo si guarde las líneas escritas. Están, pero se mantienen tan inaccesibles como siempre, no son más que una inacabable vertedera de palabras, como huesos desperdigados que sólo trabajosamente pueden reconstruir un esqueleto. “Falta la cabeza, el cráneo…” Pienso antes de trasponer la puerta de la pieza.
Si la billetera de la editorial no me obligara a habitar mejores hoteles, siempre preferiría estos piringundines desconocidos, aletargados e indiferentes. El calvo recepcionista regordete no parece percatarse de mi presencia revolviendo los diarios desprolijamente dejados sobre el mostrador del diminuto hallcito que cumple con igual eficacia las mismas funciones que los atiborrados lobbys de los “5 estrellas”, rebusco hasta encontrar “La Nación” del 23 de noviembre, aún no lo he leído, ya han pasado… ¿Dos, tres días? Remuevo las incomodas hojas del folletín mitrista, la sección de cultura se muestra a mis ojos… Sí, no me interesa, tampoco, acá… Hmmm, más o menos un cuarto de página, parece ser que soy importante… “El fuego y la sombra” señala el titular parafraseando la insípida película culta sobre la relación entre Verlaine y Rimbaud, me pregunto brevemente que tendrá que ver mi desplante del otro día con el culebrón de Agnieszka Holland, bueno, al menos… No recuerdo haber sodomizado a nadie, no, decididamente, no hice nada de eso, al menos, en la presentación, aunque con la cuarentona… Bueno, no me acuerdo muy bien. ¿Qué dicen? “El escritor maldito…” Bla, bla, bla “…Demuestra su peculiar carácter que lo ha convertido en l’enfant terrible de la literatura actual…” Bueno, tampoco soy tan pendejo, aunque, si me comparan con el viejo impotente y sodomizado de Henao, debo decir que parezco el Guille de Mafalda… A ver, a ver, patatín, patatán, ah… Sí “…Sin embargo su irascible conducta no alcanza a ensombrecer el angustiante placer que vierten cada una de sus páginas, las cuales no pueden hallar más parangón que las del maestro checo…” Y la reputa que los remil parió… ¿Otro más con lo de Kafka? ¿Están todos en pedo o se creen que Alejandro puede leer otra cosa que no sea la cuenta del restaurant?
- Se le ofrece algo, señor…
Parece que el recepcionista ha decidido salir de su conspicua indiferencia
- No, nada…
Entrego la llave y salgo por Callao rumbo a Salta, ni tan siquiera deseo ver el reflejo del edificio de la antigua estación de trenes trastocada en una vacía dependencia municipal o la antigua locación de “El Monito”, el recuerdo del sudor recorriendo el cuerpo caribeño de Mariana y ese número de teléfono deslizado que nunca marqué. “Has recorrido un largo camino muchacho”. Parafraseo por enésima vez la antigua propaganda de “Virginia Slims” entre recuerdos que asaltan desde las grietas de una geografía que ahora desconozco como propia. Nada hay ya de mí en estas calles, pero supongo que hay algo mío entre la ajenidad.
Ni es igual, ni es diferente, es Rosario, exudando su languidez portuaria eternamente obstaculizada por la gris figura del gigante en la vera del Plata, una sinrazón, un accidente impuro que exhala su humedad, sudando un hedor que ni tan siquiera resulta insoportable, apenas un sopor llevadero que va agrietando el alma en un dibujo que imita su asfalto resquebrajado.
¿Qué hay de mí aquí? ¿Un dejo…? No, ya no hay nada mí, pero hay algo mío, algo que debo recuperar en este lugar, en este espacio, algo que simplemente deje atrás, olvidado, en el escape frenético de mi ida. ¿Por qué? ¿Por qué abandoné estas calles que me desagarran para luego rehacerme en otro? ¿Por qué?
El cigarrillo deambula ansiosamente entre mis labios cuando susurro el “No” de la respuesta. “No, no es eso, tan sólo se sirvió de excusa”. El murmullo se desliza sigiloso y desatento.
¿Qué estoy buscando? ¿Qué es lo olvidado? ¿Qué es lo dejado atrás? Son preguntas que no respondo mientras el taxi se detiene ante mis señas.
- Tablada… Necochea entre Centeno y Doctor Riva…
- Ne… – la fama de un barrio lo precederá eternamente
- Sí – respondo con firmeza – Agarre por abajo, suba por Alem… Ayolas, Chacabuco, Centeno y dejeme en la vereda impar… Frente al Pasaje Rezzara.
El taxista duda un segundo antes de remontar cansinamente Callao hasta Brown. Busco el celular en los bolsillos de la gabardina, nunca recuerdo en cuál es que lo deje, reviso rápidamente la agenda y marco el número, uno, dos, tres tonos antes de escuchar una voz del otro lado…
- Gordo… ¿Cómo qué quién soy? Marcos, salame… ¿Dónde andás…? Joya, en… ¿Quince? Te encuentro en el local… ¿Sigue ahí, no…? Bueno, nos vemos… No, no… ¿Qué sé yo? Son suecos, no les entiendo ni mierda de lo que dicen… Je, sí, tenés razón, nos vemos…
Sólo al cortar el taxista recupera su aliento
- Sigue pesadito Tablada… ¿No?
Pregunto conociendo la exacta respuesta.

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