sábado, 25 de agosto de 2018

C'est la vie

Posted on 4:26 by Jorge




No diría que me deslumbre físicamente, una mujer normal acercándose a sus 30, de buen  y generoso trasero pero también con algún exceso y pechos apenas por encima de lo inexistente. Garchable, sí, aunque de seguro no acapare excesivas miradas fuera de lo llamativo que pueden ser su metro setenta o setenta y algo montados sobre tacos de diez centímetros.

Sin embargo, no elijo putas por su impacto visual sino por menudencias… Pequeñas sutilezas que eluden total y absolutamente el interés de los puteros en su más que limitada perspicacia. Quizás podría decirse que busco “entrega”, no sé, sin dudas es algo menos palpable que la magnitud volumétrica de glúteos o senos: cierto dejo en una sonrisa, una mirada fugaz exacerbada de complicidades o casi intangibles tremores de su vientre ante la interacción de nuestra mutua desnudez. Minucias, pequeñeces, nada que pueda relatarse y quizás se agote en una mera secreción de feromonas… Menudencias. Infames menudencias que si coincidiesen con un deslumbramiento físico seguramente me dejarían indefenso ante ese mismo problema que llevo una década sin resolver. No, que sean garchables, solamente garchables, deliciosamente garchables, pero no lo suficiente para ocupar mi cabeza ni un segundo más que en el momento donde transpongo la puerta de salida.

Montada en sus interminables tacos cumple la formalidad de preguntar cómo estoy, lo que tras mi sonrisa socarrona contestó con un: “Con ganas de garcharte. ¿Para qué chotas voy a estar acá si no?” Se ríe, no sé si es pura cortesía o si ya capto las peculiaridades del humor de Pitufo Gruñón con que juego, quizás sea lo segundo, ni por asomo es el primer garche. ¿Quinto? ¿Sexto? ¿Más? No sé, rara vez llevo la cuenta y hace tiempo que perdí el gusto por la variedad. ¿Variar? Para variar y sorprenderme tengo la vida cotidiana, acá dejo varios centenares de pesos como para adquirir un producto que no sepa satisfactorio de antemano.  Mi “saludo” no deja espacio para muchos preámbulos, esto se trata de garchar y, en todo caso, después hablaremos o no, lo que dé. Pasamos a la habitación, se sienta sobre un costado de la cama para quitarse las bucaneras de tacos infinitos mientras silencia el celular, hago algo parecido… Despatarro un zapatilla para cada costado de la pieza y luego busco una de ellas para dejar los lentes en su interior tras comprobar que no hay ningún mueble o algo parecido donde dejarlos, ella se acerca y levanta mi rostro con su diestra, comento algo sobre que “ahora estamos más parejos” en alusión a su estatura sin abandonar mi sonrisa socarrona, me besa apenas termino de incorporarme. Es suave para ello, hasta con un dejo de sumisión, casi como si se dispusiese a entrar a un estado de inconciencia dónde dejarse ser puro objeto del huracán de mi impulso. Besa, la beso con más fuerza, muerdo su labio inferior, suspira, mis manos van alternando caricias con presiones sobre un cuerpo que cada vez parece más lejano de su propio control, suspira más y percibo un temblor nacido desde el mismo centro de su útero al acercar mi entrepierna a la suya, apenas atina a bajar la mano para sentir la firmeza venosa de mi pene bajo un jean que se torna cada vez más ajustado.

Desparramo mis ropas de un lado a otro, su remera aterriza en la cabecera de la cama junto al corpiño mientras la minifalda está arremangada sobre su ombligo, la tanga corrida de su eje deja fluir ansiadas humedades inundando mis dedos, el pene erecto y desnudo roza los límites exteriores de esa excitante calidez. La vuelco sobre la cama para llenar de vagina mi boca, saboreo desenfrenado la viscosidad de sus jugos y regocijo mis oídos con jadeos entrecortados que se acompasan a los temblores de su vientre, se abandona más y más, subo por su cuerpo, hinco los dientes en sus pezones e intenta un beso que doy a medias para bajar con mi lengua por su mentón, por su cuello, su pecho y volver a hundirla en su concha húmeda mientras ingreso los buscando su punto g, se retuerce y tiembla cuando degusto el sabor de su orgasmo, sus manos amenazan con convertir en jirones las sábanas de tanto retorcerlas en el jadeante goce que empapa mi barba. Vuelvo a subir, llego a su boca y me empuja contra sí, no me empuja, me aferra, mi pene rígido se apoya contra su concha húmeda, siento su clítoris erecto y caliente en la base de mi verga, se frotan entre sí intensamente mientras hunde sus uñas en mi espalda. El roce es frenético, tras un tiempo siento el esperma hirviendo presionando por brotar desde mi glande, tengo que ejercer fuerza para retirarme y eyacular lo más lejos posible de su cuerpo… Un poco cae en sus piernas, otro poco sobre mí pero la mayoría se deposita en sábanas inundadas por sus humedades.

Toma aire con esfuerzo, suspira y en una sonrisa cómplice dice: “Acabaste en mi flujo”. Guiño un ojo y mi media sonrisa socarrona precede a mis dedos apretando su clítoris erecto, comienzo a pajearla y ella nuevamente a retorcerse. Sigo excitado, es su excitación lo que alimenta la mía, mi pene continúa firme, allí, al borde de su concha inundando todo de deliciosos elixires, en su excitación empuja sus caderas más y más contra mis dedos, para que se hundan cada vez un poco y poco más, empuja y vuelve empujar, impulsa más sus generosas caderas hasta que casi la totalidad de mi mano está dentro de ella, impulsa más e impulsa más y más… Hasta… Hasta que siente mi glande en su interior. Se detiene, queda un jadeo suspendido en alguna milésima infinita de segundo, sus ojos negros se clavan en los míos, el jadeo abandona la suspensión y sus ojos vuelven a entrecerrarse… Impulsa más y más sus caderas, impulsa desesperadamente sus caderas hasta que todo mi pene desnudo está dentro de ella, ni un palmo, ni un milímetro, todo mi pene desnudo hundido en las cavernosas profundidades de esa concha tan hirviente que me quema. Me vuelco sobre ella y devoro su boca en un beso, se aferran sus uñas a mi espalda, jadea, suspira y muerde mis hombros ante cada embate de la verga desnuda hasta el más recóndito confín de su vagina, embate tras embate hasta explotar en un mar de semen que la inunda por completo.

Me incorporó, sonrió, ella sonríe, se muerde los labios mientras gira la cabeza como negando, me encojo de hombros y digo: “Cosas que pasan. C’est la vie”. Nos vestimos sin conversar nada en concreto, cualquier trivialidad que no tenga que ver con lo que haya sucedido, abono el servicio luego de la pregunta de rigor y la contestación de que lo usual por media hora, me acompaña hasta la puerta y nos despedimos con un beso en la mejilla. Sonrió, sonríe y no podemos evitar tentarnos, partiendo cada uno en su propia risa socarrona y su propia realidad antagónica.

Pequeños burlas, pequeños instantes robados al comercio.

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