domingo, 19 de abril de 2015
La 6ta - Capítulos 1 a 3
Posted on 14:34 by Jorge
1) un mediocre sobrevalorado
“Su insolente desnudez
transita ante mis ojos atónitos, releo la curvatura entre cadera y costillas,
me pierdo en su ombligo como…”
No, no… Y no… O tal vez sí, a ver…
“Su desnudez impávida
ante la procacidad de mis ojos, releo la suave curvatura que viaja entre cadera
y costillas, anudado al ombligo, dejo perderme en un horizonte invisible sugerido
por su pubis. Escapo hacia allí, me hundo allí.”
Sí, por ahí, querido, por ahí vamos… Pero… No, tampoco… ¿A dónde apunta?
¿A dónde van esas tres líneas? ¿Eh…? Después de chuparle la cajeta, saca la
chota, la emperna, se fuma un pucho y se viste antes que ella le diga que no
acabó… No, para un comienzo no sirve, en algún lugar del relato donde el
protagonista este tan desposeído que el insignificante vientre de una mujer
igualmente insignificante le significa un todo inaprensible, quizás allí.
Sí eso… ¿Entonces qué? Hmmm…
“Él parece incómodo,
nada demasiado apreciable, sólo esos pequeños detalles que tejen las grandes
historias… Un leve tic nervioso, una cierta rigidez corporal, todo concebido en
un universo de ‘apenas’ tras ‘apenas’, un conjunto muy lábil pero que basta
para ver que este mocoso bigotón esmirriado de lentes gruesos no es una buena
combinación con el FAL que porta entre sus manos. Creo, intuyo o supongo que
‘el combatiente’ bien podría decir: ‘Esto no es lo que pensaba’. Quizás. No es
ni malo ni bueno, sólo que no es aquello que pensaba.”
Eh… Me gustó. Salir de mi introspección para ir hacia algo jugado,
comprometido y más polémico que yo mismo y estas parafilias que redefinen
diccionarios de psicoanálisis. ¿Qué sería? Veamos… Un periodista en un tiempo indefinido entre los
60 y 70 que es enviado a cubrir la historia de una guerrilla surgida en algún
indeterminado lugar de América Latina cuya historia está atravesada por la
Presidencia de cierto coronel que solía ser Secretario de Trabajo y Previsión
que, por supuesto, nada tiene que ver con Argentina. El periodista tiene ideas
más bien de izquierda pero articuladas con un carácter cínicamente burgués que,
por supuesto, no guarda ninguna relación referencial con el autor, enviado a
cubrir ese acontecimiento se encuentra con una suerte de guerrilla surrealista
que comienza un derrotero sinsentido hasta nada más perderse en algún margen de
la historia, lo cual, por supuesto, tampoco se relaciona con Masetti y el EGP.
Así, en ese errar ridículo a ningún lado entre penuria y desesperación, el periodista
cínico y los improvisados guerrilleros idealistas quedan hermanados en la
muerte y el olvido silencioso cuyo único relato son las notas manuscritas que
el protagonista deja caer con su último suspiro para perderse en un arroyuelo. La
heroicidad tanto como virtud como error político… Palabras duras, palabras que
cuestionan, palabras tan poco mías.
- ¡Marcos! ¿Estás listo?
No sé porque sigue teniendo llaves del departamento si está muy feliz con
su esposa número… ¿Seis? ¿Siete? No me acuerdo, total ya lo va a dejar, hundirá
aún más su economía y él volverá acá como perro arrepentido… Claro, por eso es
que tiene llaves, bueno, por eso y por si me cago muriendo pueda alguien venir
a retirar el cadáver en descomposición.
- ¿Listo? ¿Para qué, Víctor?
Me sorprende que tras más de veinte años de conocernos y varias
convivencias entre sus diversos divorcios de arpías estafadoras diversas,
Víctor siga sorprendiéndose de que se suponía que yo tengo que hacer algo de lo
que me olvidado absolutamente y encontrarme en calzoncillos, llevando tres o
más días sin bañarme e intentando inútilmente que el hecho de no hacer otra
cosa que sentarme a mirar un documento Word en blanco en la pantalla de la
portátil me genere algo similar a la inspiración.
- ¿La conferencia…? ¿La Casa de Salta, el Gordo Lerma…?
Su rostro que combina un poco de estupor con sorpresa dice que no,
decididamente todavía no me conoce o no se ha resignado a qué soy así y no voy
a cambiar. Fumo el millonésimo de los cigarrillos que ya hace rato que comencé
a apagar directamente sobre la mesa mientras miro alrededor y percibo que
debería pensar en hacer una limpieza que vengo postergando hace… ¿Dos o tres
años?
- ¿Cuánto hace que te mudaste?
- ¿Qué? Tres años… ¿Por?
Que vengo postergando hace tres años, destapo la petaca y bebo un sorbo
de ginebra que si no estuviese totalmente borracho seguramente me caería mal al
estómago contando que llevo un impreciso tiempo sin digerir alimento alguno,
intento recordar y recuerdo. Conferencia sobre “La perversión y la leche” en la
Casa de Salta, a las 20 horas, y contando que el gordo pedófilo de Mariano se
cagó muriendo asumo que mi presencia por haber editado su obra póstuma debe ser
algo así como fundamental. No sé una mierda de poesía, no me gusta, no tengo la
más puta idea de qué mierda hacer ahí, pero… Mariano era un amigo así que… Algo inventaré.
- Me visto y vamos…
La cara de Víctor pareciera revelar que sus labios se esfuerzan por
retener algo que quizás pudiese ser ofensivo y llamándome la atención que esa
expresión de dubitación moral es exactamente la misma que tiene cuando se está
cagando.
- ¿Te estás cagando? Pasa al baño, diez minutos tardaré…
- No… Qué…
- ¿Qué pasa, Víctor?
- Eh… Eh… Que… – puede alguien dar
tantas vueltas y hacer tantos gestos con las manos para decir no sé qué cosa –
Apestás, Marcos.
Soy un artista mi mugre debería considerarse una excentricidad creativa.
Algo así como: “Señor Sarría, usted hiede a bosta de caballo, seguramente está
escribiendo una obra maestra. Dejadme deleitar con olisquear la podredumbre de
su genialidad… ¡Gracias!”. Pero el mundo es frívolo e injusto.
- Bue… Me baño, me visto y vamos. ¿Conforme?
Me alejo hacia el baño dejando el slip por el camino y, mientras advierto
el rostro algo asqueado de Víctor ante la escena de mis nalgas caídas y
arrugadas, no dejo de refunfuñar porque cada vez que tengo una buena idea
alguien me interrumpe con zonceras, así, siempre resultaré un mediocre
sobrevalorado.
2) jamás una Gertrudis
Arturo, mi contacto,
disimula una señal con la palma de su mano hacia abajo cuando me presenta al
hombre que se hace llamar Octavio. Me tiene sin cuidado ese pedido de calma,
llevo diez años siendo periodista en un país dónde desde 1880 siempre aparece
alguien de uniforme pensando que todo esto no es más que un cuartel grande.
¿Qué me puede preocupar este rasurado jovencito que parece un estudiante de
agrimensura vestido de Che Guevara para alguna fiesta de disfraces? Sólo le
falta pintar una barba con corcho quemado…
Debería atender este agudo dolor en la boca del estómago cada vez que vómito,
hace dos años ni tan siquiera vomitaba y hoy por hoy es una constante diaria,
pero no sé si al menos me preocupa. No es más que algo que debiese atender.
- ¿Cómo te llamabas?
- Martina.
- No es mal nombre, cuando vos naciste… ¿Cuánto tenés? ¿23? ¿25?
- Veinte – me sonrió, ya le enseñaron de chiquita a sacarse un par de
años, aunque a mis cincuenta he perdido la fina percepción de antaño para
distinguir la sutil diferencia entre los veintitrés y los veinticuatro, no creo
equivocarme que anda por esos años y no los veinte que declara.
- Bueno… Veinte – no puedo disimular otra sonrisa – En fin, en la época
en que naciste ya se estilaba esto de ponerle a las pendejas bolaceadas como “Jennifer”,
“Abigail” y, en general, todos los buenos nombres que han elegido las putas
durante siglos, es previsible, que algún día comenzasen a utilizar seudónimos
tan insulsos como un María y hasta quizás se viesen obligadas a un
“Gumersinda”, pero tú “Martina” tiene un buen equilibrio entre el probable y
bolacerísimo Ivonne con el que quizás te hayan bautizado y un buen nombre para
puta que mantiene aún ese rango fantasioso que jamás tendrá un “Gertrudis”.
Su cara revela que mi extensa divagación le importa exactamente un
quinoto a esta paraguayita que reposa sus más que dudosos encantos sobre ese
colchón abombado que sirve de cogedero en este bulo. Comienzo a vestirme, pagué
por una hora pero no me interesa echarme un segundo polvo, ni tan siquiera el
gusto morboso de que deba besarme con este espantoso hedor a vómito que exudo
me tienta, quiero irme y un puto polvo donde trabajosamente duré cinco minutos
me da la suficiente sensación de miseria que buscaba. No intenta ni una farsa
de despedida, ella también se viste, aún más rápido que yo, y dice que alguien
me acompañara hasta la puerta, ese alguien es una señora gorda que también debe
“alquilar” sus servicios a gente que es aún más despreocupada que yo respecto
al trozo de carne de rodea al agujero donde se me da por meter la verga. Pienso
que ya ni el dinero me hace atractivo mientras salgo a la gris sordidez de
Constitución.
“Ella juega con medallas, velas y libros sin tapa”. No sé por qué
recuerdo un viejo tema de “Los Visitantes”, intento recomponer sin éxito el
resto de la letra al ritmo de mis pasos hacia algún lugar donde pueda ser que
pase un taxi a las dos o tres de la madrugada porteña, me rindo y echo el
cuerpo contra un banco de la Plaza. ¿Qué me van a robar? Un teléfono móvil
digno de algún museo, un par de billetes que ni siquiera creo que lleguen a
pagar el taxi, la petaca de ginebra es lo único digno de guardar de todo lo que
cargo, apuro un trago y logro recordar lo que sigue: “Él, pendiente de las
luces, sin Dios cambia por el cielo”.
No quiero otra vez lo mismo, pasaron cinco años desde la última vez que
creí haber perdido algo en el camino, bastaron un par de días para darme cuenta
que “eso” no era más que un vacío diferente. No perdiste nada, Marcos, siempre
fuiste este gris y consumado hijo de puta.
- Algo de brillo…
- ¿Otra vez?
- Tampoco es para ofenderse, pue… Estoy considerablemente muerto, creeme
que no estoy eligiendo venir acá.
- Sí, sí… El discursito de que yo te traigo, que sos un producto de
imaginación, Mariano. No te creo, debés ser un fantasma que de vez en cuando
tiene ganas de joderme la verga.
- ¿Joderte la verga? Siempre pue…
- Puto… Vivo y muerto, puto y reputo.
Mariano, el fantasma de Mariano, el producto de mi imaginación, y
probablemente del deliriums tremens, con los rasgos de Mariano, en fin, lo que
sea que esto sea se acomoda hacia atrás y prende un cigarrillo.
- ¿Los fantasmas fuman?
- No creo, soy un producto de tu imaginación, culiao… Fijate que ni hablo
como yo, soy una suerte de cliché andante que repite “pue” y “culiao” a cada
frase… “Culiao” ni siquiera lo decimos los salteños, pue...
- En fin… ¿Estuve bien en la presentación?
- ¿Cómo voy a saberlo, culiao…? Estoy muerto.
- ¿Ni cómo producto de mi imaginación vas a dejar de cagarme la verga…?
- ¿Cagarte la verga? No, siempre tuve una muy buena higiene anal, pue…
¿Ves? ¿Me has hecho una máquina de repetir “pue”, culiao?
- Bue… No estuvo tan mal… Creo.
- ¿Antes o después?
- ¿Antes o después? ¿De qué?
- De putear a Restrepo, limpiarte el vómito en el hombro del Ministro de
Cultura de Salta u orinar en un florero…
- ¿Meé un florero?
- Era al lado del baño y estaba en un pasillo así… No te vio casi nadie,
pue… Otra vez… ¿Me harías el favor de hacer que no repita más “pue” y mucho
menos “culiao”?
- Trato… En fin… Antes.
- Sí, bien… Deberías haber ido con el plan original de decir que era un
puto pederasta que intento sobarte la verga en vano durante una década y que
quizás, ante la frustración por ello, decidió suicidarse en tu presencia. Tal
vez sería sobreestimar el poder narcótico de tu verga pero se ajustaría mejor a
la verdad que todas las huevadas que dijiste.
- Perfecto… Entonces mentí del modo correcto.
Se sonríe.
- Pue sí… ¿De nuevo?
- ¿Qué?
- El “pue”.
- Ahí hubieras dicho un “pue”
- Tienes razón, pue… Y aquí también.
- ¿Será que te extraño?
- ¿Ahora? ¡Me hubieras extrañado todos los años en que traté que me la
dieras por el culo! No, no me extrañas, como mucho nos veíamos una vez por año,
Marcos, solamente es que he tenido la ventaja de ser tu único amigo muerto.
Podría ser Víctor, el Topo, Hija, cualquiera de ellos, Marcos.
- Tenés razón…
- El brillo, Marcos… Perdiste brillo.
- ¿La ginebra?
- No, huevón. Te has puesto viejo, Marcos, eres… Una fuerza natural, pue,
igualito que una estrella. Podías ser este misma mierda hipócrita pero eras una
estrella en apogeo, pasa el tiempo, te vas extinguiendo y comienza a notarse
que debajo de la luz brillante no hay más que un cerro de aca.
- ¿Ni hace veinte años?
- No seas huevón, hace veinte años lo único que te paso es que tuviste
que afrontar que hasta tratando de hacer las cosas bien no había más que un
hediondo cerro de aca, pue… – hace una pausa y pierde su vista en el sentido
del tráfico – Viene un taxi, tomalo…
Más que erguirme me arrastro hasta el cordón y extiendo el brazo, el taxi
para, miro hacia el banco y Mariano ha vuelto a desaparecer. Ya nos veremos…
Seguramente, ya nos veremos.
3) solitario, triste y final
Octavio ya no logra
disimular su antipatía sobre mí mientras lleva aparte a Fernando, el mocoso bigotón de
lentes gruesos. La distancia no disimula en nada la exageración de esa
reprimenda por haberse reído de mi humorada sobre la temperaturas bajo cero de
nuestra cordillera y la poca relación de ello con la Sierra Maestra. Es
exagerado en todo, su pretendida marcialidad, la grave resonancia que trata de
imponer en cada una de las palabras que vierte su voz afectada de chico bien de
la Capital, Octavio se cree forjado en bronce y los ímpetus carnales que han
sido la ligazón fundamental de toda la Historia humana se escapan por completo del
molde de lúgubre barro sobre el que ha tomado forma lámina tras lámina del frío
metal que lo anida
¿Diez llamadas perdidas? Bien, serán las seis o siete de la tarde y si
Víctor ha llamado tan solamente diez veces y aún no se ha aparecido por acá es
que tan mal no lo debo haber hecho, seguramente debe ser algún otro compromiso
del que me he olvidé, es cada vez más frecuente y ya no se trata de mi innato desinterés
por retener algo relacionado con cualquier expectativa ajena que no guarde tan
siquiera una relación tangencial con lo que sea que se me cante las reverendas
pelotas en ese puto momento de mierda, es algo más. Reviso el bolsillo y tengo
algo de guita, se me antoja una bolsa, nunca me ha gustado la merca pero hoy
tengo ganas de hacer algo que directamente me disguste como estar papeado en
una suerte de triste, solitario y final sorianesco. ¿Llamo al delivery? No sé,
mejor prendo la tele.
¿Cuándo estuve en Canal A? La puta que me recontra mil parió, ya no puedo
retener más de cinco minutos en la memoria. ¿Qué mierda estoy diciendo? “La
literatura de los últimos cien años tiene una relación de tres renglones que
valgan la pena por cada mil páginas escritas…” Bla, bla, bla… “¿Mi obra? Sólo
es otra pieza en el inmenso rompecabezas de la inconsciente mediocridad del
hombre posterior a la posmodernidad…” Más bla, bla, bla… “No perdería ni un
segundo en leer una miserable línea de las fantasías homosexuales reprimidas
que ese señor tenía con los compadritos” Ah… Ya sé, el no sé qué de homenaje a
Borges, si hablo de putos reprimidos es sobre Borges o sobre Henao, a Henao no
le calientan los compadritos sino que es tan mediocre que es solamente un puto
pijero cualquiera, por lo tanto estoy hablando de Borges. ¿Lo pasaron? Bien, es
que ya deben considerarme una suerte de inimputable. Excelente, ya soy como
Jorge Asís sin moño… Mierda, el sonido de la llave.
- ¿Para qué tenés celular, Marcos?
- ¿Para no atenderlo y a través de ello explicar sutilmente a la
humanidad que su pusilánime mundanidad me chupa absolutamente un huevo? ¿Cómo
estuvo lo de anoche?
Hace un gesto de desaprobación con la cabeza y lanza un bufido.
- ¿No te acordás de nada? ¿No?
- ¿Si me acordase te estaría preguntando? – extiendo los brazos hacia los
costados mientras intento descifrar exactamente qué parte de la obviedad se le
escapa al ser humano promedio, en este caso, representado por Víctor.
- Bien, estuviste locuaz, agradable, no acusaste a nadie de puto
reprimido - dice mientras se hace un
lugar despejado para sentarse frente a una mesa repleta de ropa, papeles y, en
general, cosas varias – Tampoco sacaste la verga en público, después te pusiste
un poco más en pedo y antes que todo se fuera al reverendo carajo tuviste el
buen criterio de irte… No… Sin antes limpiarte un poco de vómito en el traje
del Ministro de Cultura salteño, no sé dio ni cuenta, así que no es preocupante
porque no sos el único borracho que andaba vomitando y… Bueno, te carajeaste o,
mejor dicho, lo carajeaste a Restrepo pero todo el mundo sabe que tienen
algunas digamos que desavenencias. ¿Buen resumen?
Apoya los brazos sobre la mesa y se queda mirándome fijo. ¿Qué mierda
quiere? ¿Se supone que debo aprobar algo? ¿Arrepentirme de algo? ¿Qué mierda?
- Es decir que la parte en que oriné en un florero no fue vista por nadie…
- ¿Qué…? – esa mueca con la mitad de su boca colgando hacia el piso tiene
algún dejo de sorpresa, así que, es notorio, aún no es tan superado ante mis
digamos que extravagancias como el muy cocorito se cree.
- Dejá… Cosas que pasan… ¿De qué me olvidé ahora?
- De nada, quería ver si estabas vivo.
- Lo estoy y hasta estoy casi sobrio, hace desde las cinco de la mañana
que no tengo ginebra, aunque… Estoy pensando en llamar un delivery para que me
traiga cocaína.
- ¿Merca?
- Nunca es tarde para hacer adicto a algo nuevo…
Otra vez, ese insoportable tic nervioso agitando su zurda en el aire con
un ida y vuelta compulsivo en una longitud de diez centímetros, me preocupa, es
un par de años más grandes y quizás ya tenga Parkinson.
- Dejá, dejá… Sos… Sos insalubre, Marcos.
- Pero bien que te mato el hambre…
- ¡No me pagás, Marcos! – lanza su espalda contra la silla en un acto tan
virulento que me hace sospechar si Víctor no tiene hacia mí nada más que un
interés pecuniario - ¡Hace seis meses que no me das un mango! Decí que anoche
pagaron buena guita, porque… Dejá.
- ¿Cuánto te debo?
¿Qué necesidad tendrá de abrir los ojos como búho?
- ¿Cuánto? Ni idea, Marcos, seis meses del sueldo que prometiste, el
porcentaje de las liquidaciones de derechos, el porcentaje de lo que paga “Página”
por los artículos y… ¿En general? Todos los porcentajes que me corresponden por
ser tu representante en el último año y medio.
- ¿Dijiste seis meses?
- Seis meses que no me das un peso partido medio, pero me debés guita
desde el día que me convenciste de dejar el laburo en la Editorial para ser tu
representante, secretario, confesor espiritual y babysitter según corresponda –
hace un silencio, menea la cabeza, otra vez con ese ritmo cortito e histérico,
y su pesadumbre emocional no evita para nada que el muy rato manoteé el
penúltimo cigarrillo que queda en mi atado – Sos un desastre, Marcos. No… Renuncio,
yo renuncio.
¿Se supone que tenga que ponerme a llorar? ¿Reconocer mis culpas?
¿Rogarle que no me abandone? Que se vaya un cachito a la mierda.
- Bueno.
- ¿Bueno?
- Sí, bueno, renunciá, hace la cuenta de lo que te debo y te lo pago, vendo
las acciones y te lo pago.
Parece tener un gesto de desaprobación cuya razón escapa a cualquier tipo
de interés que yo pudiese tener ahora o en el futuro.
- Hablo con Clara que me maneja el tema, ese… De las inversiones y… Veo,
capaz que hay efectivo y te pago todo mañana. Listo.
- Vos…
- ¿Vos qué, Víctor? – ya me está hinchando los huevos.
- Nada, Marcos, nada. Me voy.
- Chau…
- ¿Nada más?
- No… Víctor, nos vemos. Quedate la llave por las dudas.
Cierra la puerta, apuro el último cigarrillo y lanzo el atado abollado en
una parábola incierta que no termina ni cerca del interior del tacho de basura,
sacudo de un manotazo el polvo sobre la portátil y comienzo a escribir una
línea.
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